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Isaías 36:2-20

Isaías 36:2-20 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)

Desde Laquis el rey de Asiria envió a su comandante en jefe, al frente de un gran ejército, para hablar con el rey Ezequías en Jerusalén. Cuando el comandante se detuvo en el acueducto del estanque superior, en el camino que lleva al Campo del Lavandero, salió a recibirlo Eliaquín, hijo de Jilquías, que era el administrador del palacio, junto con el cronista Sebna y el secretario Joa, hijo de Asaf. El comandante en jefe les dijo: —Díganle a Ezequías que así dice el gran rey, el rey de Asiria: »“¿En qué se basa tu confianza? Tú dices que tienes estrategia y fuerza militar, pero estas no son más que palabras sin fundamento. ¿En quién confías que te rebelas contra mí? Mira, tú confías en Egipto, ¡ese bastón de caña astillada, que traspasa la mano y hiere al que se apoya en él! Porque eso es el faraón, el rey de Egipto, para todos los que en él confían. Y si tú me dices: ‘Nosotros confiamos en el SEÑOR nuestro Dios’, ¿no se trata acaso, Ezequías, del Dios cuyos altares y santuarios tú mismo quitaste, diciéndoles a Judá y a Jerusalén: ‘Deben adorar solamente ante este altar’?”. »Ahora bien, Ezequías, haz este trato con mi señor, el rey de Asiria: Yo te doy dos mil caballos si tú consigues otros tantos jinetes para montarlos. ¿Cómo podrás resistir el ataque de uno solo de los funcionarios más insignificantes de mi señor, si confías en obtener de Egipto carros de combate y jinetes? ¿Acaso he venido a atacar y a destruir esta tierra sin el apoyo del SEÑOR? ¡Si fue él mismo quien me ordenó: “Marcha contra este país y destrúyelo”!». Eliaquín, Sebna y Joa dijeron al comandante en jefe: —Por favor, hábleles usted a sus siervos en arameo, ya que lo entendemos. No nos hable en hebreo, pues el pueblo que está sobre el muro nos escucha. Pero el comandante en jefe respondió: —¿Acaso mi señor me envió a decirles estas cosas solo a ti y a tu señor, y no a los que están sentados en el muro? ¡Si tanto ellos como ustedes tendrán que comerse su excremento y beberse su orina! Dicho esto, el comandante en jefe se puso de pie y a voz en cuello gritó en hebreo: —¡Oigan las palabras del gran rey, el rey de Asiria! Así dice el rey: “No se dejen engañar por Ezequías. ¡Él no puede librarlos! No dejen que Ezequías los persuada a confiar en el SEÑOR, diciendo: ‘Sin duda el SEÑOR nos librará; ¡esta ciudad no caerá en manos del rey de Asiria!’ ”. »No hagan caso a Ezequías. Así dice el rey de Asiria: “Hagan las paces conmigo y ríndanse. De esta manera cada uno podrá comer de su vid y de su higuera y beber agua de su propio pozo, hasta que yo venga y los lleve a un país como el de ustedes, país de grano y de mosto, de pan y de viñedos”. »No se dejen seducir por Ezequías cuando dice: “El SEÑOR nos librará”. ¿Acaso alguno de los dioses de las naciones pudo librar a su país de las manos del rey de Asiria? ¿Dónde están los dioses de Jamat y de Arfad? ¿Dónde están los dioses de Sefarvayin? ¿Acaso libraron a Samaria de mis manos? ¿Cuál de todos los dioses de estos países ha podido salvar de mis manos a su país? ¿Cómo entonces podrá el SEÑOR librar de mis manos a Jerusalén?».

Isaías 36:2-20 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)

Senaquerib envió desde Laquis a uno de sus oficiales de confianza al frente de un poderoso ejército para que hablara con Ezequías en Jerusalén. Cuando llegaron, acamparon junto al canal del estanque de Siloé, por el camino que va a los talleres de los teñidores de telas. Eliaquim, encargado del palacio del rey Ezequías, y Sebná y Joah, sus dos secretarios, salieron a recibirlo. Entonces el oficial asirio les dio este mensaje para Ezequías: «El gran rey de Asiria quiere saber por qué te sientes tan seguro de ganarle. Para triunfar en la guerra no bastan las palabras; hace falta un buen ejército y un buen plan de ataque. ¿En quién confías, que te atreves a luchar contra el rey de Asiria? ¿Acaso confías en Egipto? Ese país y su rey son como una caña astillada que se romperá si te apoyas en ella, y te herirá. Y si me dices que confías en tu Dios, entonces por qué has quitado todos los altares y ordenaste que tu pueblo lo adore solamente en Jerusalén. »Tú no tienes con qué atacarme. Es más, si ahora mismo me muestras a dos jinetes yo te doy los caballos. Y si estás esperando a los egipcios, déjame decirte que los caballos y carros de combate de Egipto no harán temblar ni al más insignificante de mis soldados. Además, hemos venido a destruir este país, porque Dios nos ordenó hacerlo». Eliaquim, Sebná y Joah le dijeron al oficial asirio: —Por favor, no nos hable usted en hebreo. Háblenos en arameo, porque todos los que están en la muralla de la ciudad nos están escuchando. El oficial asirio les respondió: —El rey de Asiria me envió a hablarles a ellos y no a ustedes ni a Ezequías, porque ellos, lo mismo que ustedes, se van a quedar sin comida y sin agua. Será tanta el hambre y la sed que tendrán, que hasta se comerán su propio excremento y beberán sus propios orines. Después el oficial asirio se puso de pie y gritó muy fuerte en hebreo: «Escuchen lo que dice el gran rey de Asiria: “No se dejen engañar por Ezequías, porque él no puede salvarlos de mi poder. Si les dice que confíen en Dios porque él los va a salvar, no le crean. Hagan las paces conmigo y ríndanse. Entonces podrán comer las uvas de su propio viñedo, los higos de sus árboles y beber su propia agua. Después los llevaré a un país parecido al de ustedes, donde hay trigo, viñedos, olivos y miel. No escuchen a Ezequías, pues él los engaña al decirles que Dios los va a salvar. A otras naciones, sus dioses no pudieron salvarlas de mi poder. Ni los dioses de Hamat, Arpad y Sefarvaim, pudieron salvar a Samaria de mi poder; ¿cómo esperan que el Dios de ustedes pueda salvar a Jerusalén?”»

Isaías 36:2-20 Reina Valera Contemporánea (RVC)

Desde Laquis, el rey de Asiria envió a su primer oficial al frente de un gran ejército, para que atacara a Jerusalén y al rey Ezequías; y el primer oficial acampó junto al acueducto del estanque superior, camino al Campo del Lavador. Entonces fue a verlo el mayordomo Eliaquín hijo de Hilcías, junto con el escriba Sebna y el canciller Yoaj hijo de Asaf. El primer oficial de Senaquerib les dijo: «Digan a Ezequías que el gran rey de Asiria manda a decirle: “¿En qué te apoyas, que te sientes tan confiado? Tú hablas de contar con una coalición y con poder para hacerme la guerra, pero yo digo que esas no son más que palabras huecas. Dime ahora: ¿en quién confías, que te rebelas contra mí? Por lo visto, confías en ese bastón de caña quebradiza que es Egipto, ¡bastón que le atravesará y perforará la mano a quien se apoye en él! ¡Eso es el faraón, el rey de Egipto, para todos los que en él confíen! Pero si me dices que ustedes confían en el Señor su Dios, ¿acaso no se trata de ese Dios cuyos lugares altos y altares tú, Ezequías, mandaste quitar, y luego dijiste a Judá y a Jerusalén: ‘Adoren ante este altar’?” Yo te sugiero que hagas ahora este trato con mi señor, el rey de Asiria: Yo te daré dos mil caballos, si tú puedes hallar otros tantos jinetes para que cabalguen sobre ellos. ¿Cómo vas a hacerle frente a un simple capitán, al menor de los siervos de mi señor, aun cuando estés confiado en Egipto y en sus carros y su caballería? Si yo he venido a destruir esta tierra es porque antes el Señor me dijo: “¡Ve a esa tierra y destrúyela!”» Entonces Eliaquín, Sebna y Yoaj le dijeron al primer oficial: «Por favor, habla a estos siervos tuyos en arameo, que nosotros lo entendemos. No nos hables en la lengua de Judá, porque te oye toda la gente que está sobre la muralla.» Pero el primer oficial dijo: «¿Y acaso me envió mi señor a decirles esto solo a ti y a tu señor? ¡No! ¡Me envió también a la gente que está sobre la muralla, y que junto con ustedes pronto van a comerse su propio estiércol y a beberse su propia orina!» Enseguida el primer oficial se puso en pie, y a voz en cuello gritó en la lengua de Judá: «¡Escuchen las palabras del gran rey, el rey de Asiria! Así dice el rey: “Que no los engañe Ezequías, porque no va a poder salvarlos. Que no les haga Ezequías confiar en el Señor, al decir: ‘El Señor nos librará; esta ciudad no caerá en manos del rey de Asiria.’ No le hagan caso a Ezequías. El rey de Asiria les dice: ‘Hagan la paz conmigo. Entréguense a mí, y cada uno de ustedes podrá comer de su viña y de su higuera, y beberá también de las aguas de su pozo, hasta que yo venga y los lleve a una tierra como la de ustedes, una tierra en la que abunda el trigo y el vino, el pan y las viñas. Tengan cuidado. Que no los engañe Ezequías con eso de que el Señor los salvará. ¿Acaso los dioses de las otras naciones pudieron salvar a sus países de la mano del rey de Asiria? ¿Dónde están los dioses de Jamat y de Arfad? ¿Dónde está el dios de Sefarvayin? ¿Acaso pudieron salvar a Samaria de mi mano? ¿Qué dios entre los dioses de esos países pudo librar de mi mano a su país, como para que el Señor libre de mi mano a Jerusalén?’”»

Isaías 36:2-20 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)

Desde Laquis envió a un alto oficial, con un poderoso ejército, a ver al rey Ezequías en Jerusalén, y se colocaron junto al canal del estanque superior, en el camino que va al campo del Lavador de Paños. Allá salieron a su encuentro Eliaquim, hijo de Hilquías, que era mayordomo de palacio; el cronista Sebná; y Joah, hijo de Asaf, el secretario del rey. El oficial asirio les dijo: —Comuniquen a Ezequías este mensaje del gran rey, el rey de Asiria: “¿De qué te sientes tan seguro? ¿Piensas acaso que las palabras bonitas valen lo mismo que la táctica y la fuerza para hacer la guerra? ¿En quién confías para rebelarte contra mí? Veo que confías en el apoyo de Egipto. Pues bien, Egipto es una caña astillada, que si uno se apoya en ella, se le clava y le atraviesa la mano. Eso es el faraón, rey de Egipto, para todos los que confían en él. Y si me dices: Nosotros confiamos en el Señor nuestro Dios, ¿acaso no suprimió Ezequías los lugares de culto y los altares de Dios, y ordenó que la gente de Judá y Jerusalén le diera culto solamente en un altar? Haz un trato con mi amo, el rey de Asiria: yo te doy dos mil caballos, si consigues jinetes para ellos. Tú no eres capaz de hacer huir ni al más insignificante de los oficiales asirios, ¿y esperas conseguir jinetes y caballos en Egipto? Además, ¿crees que yo he venido a atacar y destruir este país sin contar con el Señor? ¡Él fue quien me ordenó atacarlo y destruirlo!” Eliaquim, Sebná y Joah respondieron al oficial asirio: —Por favor, háblenos usted en arameo, pues nosotros lo entendemos. No nos hable usted en hebreo, pues toda la gente que hay en la muralla está escuchando. Pero el oficial asirio dijo: —No fue a tu amo, ni a ustedes, a quienes el rey de Asiria me mandó que dijera esto. Fue precisamente a la gente que está sobre la muralla, pues ellos, lo mismo que ustedes, tendrán que comerse su propio estiércol y beberse sus propios orines. Entonces el oficial, de pie, gritó bien fuerte en hebreo: —Oigan lo que les dice el gran rey, el rey de Asiria: “No se dejen engañar por Ezequías; él no puede salvarlos.” Si Ezequías quiere convencerlos de que confíen en el Señor, y les dice: “El Señor ciertamente nos salvará; él no permitirá que esta ciudad caiga en poder del rey de Asiria”, no le hagan caso. El rey de Asiria me manda a decirles que hagan las paces con él, y que se rindan, y así cada uno podrá comer del producto de su viñedo y de su higuera y beber el agua de su propia cisterna. Después los llevará a un país parecido al de ustedes, un país de trigales y viñedos, para hacer pan y vino. Si Ezequías les dice que el Señor los va a salvar, no se dejen engañar por él. ¿Acaso alguno de los dioses de los otros pueblos pudo salvar a su país del poder del rey de Asiria? ¿Dónde están los dioses de Hamat y de Arpad? ¿Dónde están los dioses de Sefarvaim? ¿Acaso pudieron salvar del poder de Asiria a Samaria? ¿Cuál de todos los dioses de esos países pudo salvar a su nación del poder del rey de Asiria? ¿Por qué piensan que el Señor puede salvar a Jerusalén?

Isaías 36:2-20 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)

Y el rey de Asiria envió al Rabsaces con un gran ejército desde Laquis a Jerusalén contra el rey Ezequías; y acampó junto al acueducto del estanque de arriba, en el camino de la heredad del Lavador. Y salió a él Eliaquim hijo de Hilcías, mayordomo, y Sebna, escriba, y Joa hijo de Asaf, canciller, a los cuales dijo el Rabsaces: Decid ahora a Ezequías: El gran rey, el rey de Asiria, dice así: ¿Qué confianza es esta en que te apoyas? Yo digo que el consejo y poderío para la guerra, de que tú hablas, no son más que palabras vacías. Ahora bien, ¿en quién confías para que te rebeles contra mí? He aquí que confías en este báculo de caña frágil, en Egipto, en el cual si alguien se apoyare, se le entrará por la mano, y la atravesará. Tal es Faraón rey de Egipto para con todos los que en él confían. Y si me decís: En Jehová nuestro Dios confiamos; ¿no es este aquel cuyos lugares altos y cuyos altares hizo quitar Ezequías, y dijo a Judá y a Jerusalén: Delante de este altar adoraréis? Ahora, pues, yo te ruego que des rehenes al rey de Asiria mi señor, y yo te daré dos mil caballos, si tú puedes dar jinetes que cabalguen sobre ellos. ¿Cómo, pues, podrás resistir a un capitán, al menor de los siervos de mi señor, aunque estés confiado en Egipto con sus carros y su gente de a caballo? ¿Acaso vine yo ahora a esta tierra para destruirla sin Jehová? Jehová me dijo: Sube a esta tierra y destrúyela. Entonces dijeron Eliaquim, Sebna y Joa al Rabsaces: Te rogamos que hables a tus siervos en arameo, porque nosotros lo entendemos; y no hables con nosotros en lengua de Judá, porque lo oye el pueblo que está sobre el muro. Y dijo el Rabsaces: ¿Acaso me envió mi señor a que dijese estas palabras a ti y a tu señor, y no a los hombres que están sobre el muro, expuestos a comer su estiércol y beber su orina con vosotros? Entonces el Rabsaces se puso en pie y gritó a gran voz en lengua de Judá, diciendo: Oíd las palabras del gran rey, el rey de Asiria. El rey dice así: No os engañe Ezequías, porque no os podrá librar. Ni os haga Ezequías confiar en Jehová, diciendo: Ciertamente Jehová nos librará; no será entregada esta ciudad en manos del rey de Asiria. No escuchéis a Ezequías, porque así dice el rey de Asiria: Haced conmigo paz, y salid a mí; y coma cada uno de su viña, y cada uno de su higuera, y beba cada cual las aguas de su pozo, hasta que yo venga y os lleve a una tierra como la vuestra, tierra de grano y de vino, tierra de pan y de viñas. Mirad que no os engañe Ezequías diciendo: Jehová nos librará. ¿Acaso libraron los dioses de las naciones cada uno su tierra de la mano del rey de Asiria? ¿Dónde está el dios de Hamat y de Arfad? ¿Dónde está el dios de Sefarvaim? ¿Libraron a Samaria de mi mano? ¿Qué dios hay entre los dioses de estas tierras que haya librado su tierra de mi mano, para que Jehová libre de mi mano a Jerusalén?

Isaías 36:2-20 La Biblia de las Américas (LBLA)

Y el rey de Asiria envió desde Laquis a Jerusalén, al Rabsaces con un gran ejército, contra el rey Ezequías. Y se colocó junto al acueducto del estanque superior que está en la calzada del campo del Batanero. Entonces Eliaquim, hijo de Hilcías, mayordomo de la casa real, el escriba Sebna y el cronista Joa, hijo de Asaf, salieron a él. Y el Rabsaces les dijo: Decid ahora a Ezequías: «Así dice el gran rey, el rey de Asiria: “¿Qué confianza es esta que tú tienes? Yo digo: ‘Tu consejo y poderío para la guerra solo son palabras vacías’. Ahora pues, ¿en quién confías que te has rebelado contra mí? He aquí, tú confías en el báculo de esta caña quebrada, es decir, en Egipto, en el cual, si un hombre se apoya, penetrará en su mano y la traspasará. Así es Faraón, rey de Egipto, para todos los que confían en él. Pero si me decís: ‘Nosotros confiamos en el SEÑOR nuestro Dios’, ¿no es Él aquel cuyos lugares altos y cuyos altares Ezequías ha quitado y ha dicho a Judá y a Jerusalén: ‘Adoraréis delante de este altar’? Ahora pues, te ruego que llegues a un acuerdo con mi señor el rey de Asiria, y yo te daré dos mil caballos, si por tu parte puedes poner jinetes sobre ellos. ¿Cómo, pues, puedes rechazar a un oficial de los menores de los siervos de mi señor, y confiar en Egipto para tener carros y hombres de a caballo? ¿He subido ahora sin el consentimiento del SEÑOR contra esta tierra para destruirla? El SEÑOR me dijo: ‘Sube contra esta tierra y destrúyela’ ” ». Entonces Eliaquim, Sebna y Joa dijeron al Rabsaces: Te rogamos que hables a tus siervos en arameo porque nosotros lo entendemos, y no nos hables en la lengua de Judá a oídos del pueblo que está sobre la muralla. Pero el Rabsaces dijo: ¿Acaso me ha enviado mi señor para hablar estas palabras solo a tu señor y a ti, y no a los hombres que están sentados en la muralla, condenados a comer sus propios excrementos y a beber su propia orina con vosotros? El Rabsaces se puso en pie, gritó a gran voz en la lengua de Judá, y dijo: Escuchad las palabras del gran rey, el rey de Asiria. Así dice el rey: «Que no os engañe Ezequías, porque él no os podrá librar; ni que Ezequías os haga confiar en el SEÑOR, diciendo: “Ciertamente el SEÑOR nos librará, y esta ciudad no será entregada en manos del rey de Asiria”. No escuchéis a Ezequías, porque así dice el rey de Asiria: “Haced la paz conmigo y salid a mí, y coma cada uno de su vid y cada uno de su higuera, y beba cada cual de las aguas de su cisterna, hasta que yo venga y os lleve a una tierra como vuestra tierra, tierra de grano y de mosto, tierra de pan y de viñas”. Cuidado, no sea que Ezequías os engañe, diciendo: “El SEÑOR nos librará”. ¿Acaso alguno de los dioses de las naciones ha librado su tierra de la mano del rey de Asiria? ¿Dónde están los dioses de Hamat y de Arfad? ¿Dónde están los dioses de Sefarvaim? ¿Cuándo han librado ellos a Samaria de mi mano? ¿Quiénes de entre todos los dioses de estas tierras han librado su tierra de mi mano, para que el SEÑOR libre a Jerusalén de mi mano?».

Isaías 36:2-20 Nueva Traducción Viviente (NTV)

Entonces el rey de Asiria mandó a su jefe del Estado Mayor desde Laquis con un enorme ejército para enfrentar al rey Ezequías en Jerusalén. Los asirios tomaron posición de batalla junto al acueducto que vierte el agua en el estanque superior, cerca del camino que lleva al campo donde se lavan telas. Estos son los funcionarios que salieron a reunirse con ellos: Eliaquim, hijo de Hilcías, administrador del palacio; Sebna, secretario de la corte; y Joa, hijo de Asaf, historiador del reino. Entonces el jefe del Estado Mayor del rey asirio les dijo que le transmitieran a Ezequías el siguiente mensaje: «El gran rey de Asiria dice: ¿En qué confías que te da tanta seguridad? ¿Acaso crees que simples palabras pueden sustituir la fuerza y la capacidad militar? ¿Con quién cuentas para haberte rebelado contra mí? ¿Con Egipto? Si te apoyas en Egipto, será como una caña que se quiebra bajo tu peso y te atraviesa la mano. ¡El faraón, rey de Egipto, no es nada confiable! »Tal vez me digas: “¡Confiamos en el SEÑOR nuestro Dios!”; pero ¿no es él a quien Ezequías insultó? ¿Acaso no fue Ezequías quien derribó sus santuarios y altares, e hizo que todos en Judá y en Jerusalén adoraran solo en el altar que hay aquí, en Jerusalén? »¡Se me ocurre una idea! Llega a un acuerdo con mi amo, el rey de Asiria. Yo te daré dos mil caballos, ¡si es que puedes encontrar esa cantidad de hombres para que los monten! Con tu pequeño ejército, ¿cómo se te ocurre desafiar siquiera al contingente más débil de las tropas de mi amo, aunque contaras con la ayuda de los carros de guerra y sus conductores de Egipto? Es más, ¿crees que hemos invadido tu tierra sin la dirección del SEÑOR? El SEÑOR mismo nos dijo: “¡Ataquen esta tierra y destrúyanla!”». Entonces tanto Eliaquim como Sebna y Joa le dijeron al jefe del Estado Mayor asirio: —Por favor, háblanos en arameo porque lo entendemos bien. No hables en hebreo, porque oirá la gente que está sobre la muralla. Pero el jefe del Estado Mayor de Senaquerib respondió: —¿Ustedes creen que mi amo les envió este mensaje solo a ustedes y a su amo? Él quiere que todos los habitantes lo oigan porque, cuando sitiemos a esta ciudad, ellos sufrirán junto con ustedes. Tendrán tanta hambre y tanta sed que comerán su propio excremento y beberán su propia orina. Después el jefe del Estado Mayor se puso de pie y le gritó en hebreo a la gente que estaba sobre la muralla: «¡Escuchen este mensaje del gran rey de Asiria! El rey dice lo siguiente: “No dejen que Ezequías los engañe. Él jamás podrá librarlos. No permitan que los haga confiar en el SEÑOR diciéndoles: ‘Con toda seguridad el SEÑOR nos librará. ¡Esta ciudad nunca caerá en manos del rey asirio!’. »”¡No escuchen a Ezequías! El rey de Asiria les ofrece estas condiciones: hagan las paces conmigo; abran las puertas y salgan. Entonces cada uno de ustedes podrá seguir comiendo de su propia vid y de su propia higuera, y bebiendo de su propio pozo. Me encargaré de llevarlos a otra tierra como esta: una tierra de grano y vino nuevo, de pan y viñedos. »”No dejen que Ezequías los engañe al decir: ‘¡El SEÑOR nos librará!’. ¿Acaso los dioses de cualquier otra nación alguna vez han salvado a su pueblo del rey de Asiria? ¿Qué les sucedió a los dioses de Hamat y de Arfad? ¿Y qué me dicen de los dioses de Sefarvaim? ¿Algún dios libró a Samaria de mi poder? ¿Cuál de los dioses de alguna nación ha podido salvar alguna vez a su pueblo de mi poder? ¿Qué les hace pensar entonces que el SEÑOR puede librar a Jerusalén de mis manos?”».