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Hechos 23:1-24

Hechos 23:1-24 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)

Pablo se quedó mirando fijamente al Consejo y dijo: —Hermanos, hasta hoy yo he actuado delante de Dios con toda buena conciencia. Ante esto, el sumo sacerdote Ananías ordenó a los que estaban cerca de Pablo que lo golpearan en la boca. —¡Hipócrita, a usted también lo va a golpear Dios! —reaccionó Pablo—. Ahí está sentado para juzgarme según la Ley, ¿y usted mismo viola la Ley al mandar que me golpeen? Los que estaban junto a Pablo le dijeron: —¿Cómo te atreves a insultar al sumo sacerdote de Dios? —Hermanos, no me había dado cuenta de que es el sumo sacerdote —respondió Pablo—; de hecho, está escrito: “No hables mal del jefe de tu pueblo”. Pablo, sabiendo que unos de ellos eran saduceos y los demás fariseos, exclamó en el Consejo: —Hermanos, yo soy fariseo de pura cepa. Me están juzgando porque he puesto mi esperanza en la resurrección de los muertos. Apenas dijo esto, surgió un altercado entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea quedó dividida. (Los saduceos sostienen que no hay resurrección, ni ángeles ni espíritus; los fariseos, en cambio, reconocen todo esto). Se produjo un gran alboroto y algunos de los maestros de la Ley que eran fariseos se pusieron de pie y protestaron. «No encontramos ningún delito en este hombre —dijeron—. ¿Acaso no podría haberle hablado un espíritu o un ángel?». Se tornó tan violento el altercado que el comandante tuvo miedo de que hicieran pedazos a Pablo. Así que ordenó a los soldados que bajaran para sacarlo de allí por la fuerza y llevárselo al cuartel. A la noche siguiente, el Señor se apareció a Pablo y le dijo: «¡Ánimo! Así como has dado testimonio de mí en Jerusalén, es necesario que lo des también en Roma». Muy de mañana los judíos tramaron una conspiración y juraron bajo maldición no comer ni beber hasta que lograran matar a Pablo. Más de cuarenta hombres estaban implicados en esta conspiración. Se presentaron ante los jefes de los sacerdotes y los líderes religiosos y dijeron: —Nosotros hemos jurado bajo maldición no comer nada hasta que logremos matar a Pablo. Ahora, con el respaldo del Consejo, pídanle al comandante que haga comparecer al reo ante ustedes, con el pretexto de obtener información más precisa sobre su caso. Nosotros estaremos listos para matarlo en el camino. Pero cuando el hijo de la hermana de Pablo se enteró de esta emboscada, entró en el cuartel y avisó a Pablo. Este llamó entonces a uno de los centuriones y pidió: —Lleve a este joven al comandante porque tiene algo que decirle. Así que el centurión lo llevó al comandante y dijo: —El preso Pablo me llamó y me pidió que trajera a este joven, porque tiene algo que decirle. El comandante tomó de la mano al joven, lo llevó aparte y le preguntó: —¿Qué quieres decirme? Él contestó: —Los judíos se han puesto de acuerdo para pedirle a usted que mañana lleve a Pablo ante el Consejo con el pretexto de obtener información más precisa acerca de él. No se deje convencer, porque más de cuarenta de ellos van a tenderle una emboscada. Han jurado bajo maldición no comer ni beber hasta que hayan logrado matarlo. Ya están listos; solo aguardan a que usted prometa concederles su petición. El comandante despidió al joven con esta advertencia: —No le digas a nadie que me has informado de esto. Entonces el comandante llamó a dos de sus centuriones y ordenó: —Alisten un destacamento de doscientos soldados de infantería, setenta de caballería y doscientos lanceros para que vayan a Cesarea esta noche a las nueve. Y preparen cabalgaduras para llevar a Pablo sano y salvo al gobernador Félix.

Hechos 23:1-24 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)

Pablo miró a todos los de la Junta Suprema, y les dijo: —Amigos israelitas, yo tengo la conciencia tranquila, porque hasta ahora he obedecido a Dios en todo. Entonces Ananías, el jefe de los sacerdotes, ordenó que golpearan a Pablo en la boca. Pero Pablo le dijo: —Es Dios quien lo va a golpear a usted, ¡hipócrita! Usted tiene que juzgarme de acuerdo con la Ley; entonces, ¿por qué la desobedece ordenando que me golpeen? Los demás judíos de la Junta le dijeron: —¿Por qué insultas al jefe de los sacerdotes de Dios? Pablo contestó: —Amigos, yo no sabía que él era el jefe de los sacerdotes. La Biblia dice que no debemos hablar mal del jefe de nuestro pueblo. Cuando Pablo vio que algunos de los judíos de la Junta eran saduceos, y que otros eran fariseos, dijo en voz alta: —Amigos israelitas, yo soy fariseo, y muchos en mi familia también lo han sido. ¿Por qué se me juzga? ¿Por creer que los muertos pueden volver a vivir? Apenas Pablo dijo eso, los fariseos y los saduceos comenzaron a discutir. La reunión no pudo continuar en paz, pues unos pensaban una cosa y otros otra. Los saduceos dicen que los muertos no pueden volver a vivir, y que no existen los ángeles ni los espíritus. Pero los fariseos sí creen en todo eso. Se armó entonces un gran alboroto, en el que todos gritaban. Algunos maestros de la Ley, que eran fariseos, dijeron: «No creemos que este hombre sea culpable de nada. Tal vez un ángel o un espíritu le ha hablado.» El alboroto era cada vez mayor. Entonces el jefe de los soldados romanos tuvo miedo de que mataran a Pablo, y ordenó que vinieran los soldados y se lo llevaran de nuevo al cuartel. A la noche siguiente, el Señor Jesús se le apareció a Pablo y le dijo: «Anímate, porque así como has hablado de mí en Jerusalén, también lo harás en Roma.» Al día siguiente, unos cuarenta judíos se pusieron de acuerdo para matar a Pablo. Fueron entonces a ver a los sacerdotes principales y a los líderes del país, y les dijeron: —Hemos jurado no comer ni beber nada, hasta que hayamos matado a Pablo. Que una maldición caiga sobre nosotros, si no cumplimos nuestro juramento. Ahora bien, este es nuestro plan: ustedes, y los demás judíos de la Junta Suprema, le pedirán al jefe de los soldados romanos que traiga mañana a Pablo. Díganle que desean saber más acerca de él. Nosotros, por nuestra parte, estaremos listos para matarlo antes de que llegue aquí. Pero un sobrino de Pablo se dio cuenta de lo que planeaban, y fue al cuartel a avisarle. Pablo llamó entonces a uno de los capitanes romanos, y le dijo: —Este muchacho tiene algo importante que decirle al jefe de usted; llévelo con él. El capitán lo llevó y le dijo a su jefe: —El prisionero Pablo me pidió que trajera a este muchacho, pues tiene algo que decirle a usted. El jefe tomó de la mano al muchacho y lo llevó a un lugar aparte. Allí le preguntó: —¿Qué vienes a decirme? El muchacho le dijo: —Unos judíos han hecho un plan para pedirle a usted que lleve mañana a Pablo ante la Junta Suprema. Van a decirle que es para investigarlo con más cuidado. Pero usted no les haga caso, porque más de cuarenta hombres estarán escondidos esperando a Pablo, y han jurado que no comerán ni beberán nada hasta matarlo, y que si no lo hacen les caerá una maldición. Ellos están ahora esperando su respuesta. El jefe despidió al muchacho y le ordenó: —No le digas a nadie lo que me has dicho. El jefe de los guardias llamó a dos de sus capitanes y les dio esta orden: «Preparen a doscientos soldados que vayan a pie, setenta soldados que vayan a caballo, y doscientos soldados con lanzas. Preparen también un caballo para Pablo. Quiero que a las nueve de la noche vayan a la ciudad de Cesarea, y que lleven a Pablo ante el gobernador Félix. Asegúrense de que a Pablo no le pase nada malo.»

Hechos 23:1-24 Reina Valera Contemporánea (RVC)

Pablo fijó la mirada en el concilio, y dijo: «Hermanos, toda mi vida he vivido delante de Dios sin tener nada de qué avergonzarme.» Entonces Ananías, que era el sumo sacerdote, ordenó a los que estaban junto a él que lo golpearan en la boca; pero Pablo le dijo: «¡Así te golpeará Dios a ti, muro blanqueado! Tú estás sentado allí para juzgarme conforme a la ley; ¿por qué violas la ley al mandar que me golpeen?» Los que estaban allí le dijeron: «¡Estás insultando al sumo sacerdote de Dios!» Entonces Pablo respondió: «Hermanos, yo no sabía que era el sumo sacerdote. Pero sé que está escrito: “No maldecirás a un príncipe de tu pueblo.”» Cuando Pablo se dio cuenta de que una parte del concilio era de saduceos y otra de fariseos, alzó la voz y dijo: «Hermanos, yo soy fariseo, y soy hijo de un fariseo. Se me está juzgando porque espero la resurrección de los muertos.» En cuanto dijo esto, se suscitó una discusión entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió. Y es que los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus; pero los fariseos sí creen en todo esto. Se levantó entonces una gritería, y los escribas que apoyaban a los fariseos se levantaron a protestar: «No vemos que este hombre haya cometido ningún crimen.» ¡Puede haberle hablado un espíritu o un ángel! Y como la discusión iba en aumento, el tribuno temía que fueran a despedazar a Pablo, así que mandó que los soldados bajaran y lo quitaran de en medio, y se lo llevaran a la fortaleza. A la noche siguiente, el Señor se le presentó y le dijo: «Pablo, ten ánimo, pues necesito que des testimonio de mí en Roma, así como lo has hecho en Jerusalén.» Al amanecer, los judíos se reunieron para conspirar, y bajo maldición se comprometieron a no comer ni beber hasta darle muerte a Pablo. Los que hicieron este juramento eran más de cuarenta; fueron ante los principales sacerdotes y los ancianos, y les dijeron: «Nosotros hemos jurado, bajo maldición, que no comeremos nada hasta que hayamos matado a Pablo.» Les sugerimos a ustedes y al concilio, pedirle al tribuno la comparecencia de Pablo para mañana, porque ustedes quieren averiguar algunas cosas acerca de él. Nosotros estaremos listos para matarlo antes de que se presente. Pero el hijo de la hermana de Pablo se enteró de la emboscada, y fue a la fortaleza y entró para darle aviso a Pablo. Este llamó entonces a uno de los centuriones, y le dijo: «Lleva a este joven ante el tribuno, porque tiene algo que informarle.» El centurión llevó al joven ante el tribuno, y a este le dijo: «El preso Pablo me llamó y me pidió que trajera a este joven a tu presencia, porque tiene algo de qué hablarte.» El tribuno lo tomó de la mano y, llevándolo aparte, le preguntó: «¿Qué es lo que tienes que decirme?» El joven le dijo: «Los judíos han acordado pedirte que lleves mañana a Pablo ante el concilio, porque le quieren preguntar algunas cosas. Pero no les creas, porque más de cuarenta de sus hombres lo esperan para matarlo. Han jurado, bajo maldición, que no comerán ni beberán nada hasta haberlo matado. Están dispuestos a hacerlo, y solo esperan que hagas venir a Pablo.» El tribuno despidió al joven y le mandó que no dijera nada a nadie del aviso que le había dado. El tribuno llamó a dos centuriones y les mandó que para las nueve de esa noche prepararan a doscientos soldados, setenta jinetes y doscientos lanceros, pues irían hasta Cesarea; ordenó también que prepararan cabalgaduras para Pablo, y que lo llevaran sano y salvo ante el gobernador Félix.

Hechos 23:1-24 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)

Pablo miró a los de la Junta Suprema y les dijo: —Hermanos, yo he vivido hasta hoy con la conciencia tranquila delante de Dios. Entonces Ananías, que era sumo sacerdote, mandó a los que estaban cerca de Pablo que le pegaran en la boca. Pero Pablo le contestó: —¡Dios le va a pegar a usted, hipócrita! Si usted está sentado ahí para juzgarme según la ley, ¿por qué contra la ley manda que me peguen? Los que estaban presentes le dijeron: —¿Así insultas al sumo sacerdote de Dios? Pablo dijo: —Hermanos, yo no sabía que fuera el sumo sacerdote; pues en la Escritura dice: “No maldigas al que gobierna a tu pueblo.” Luego, dándose cuenta de que algunos de la Junta eran del partido saduceo y otros del partido fariseo, dijo Pablo en voz alta: —Hermanos, yo soy fariseo, de familia de fariseos; y se me está juzgando porque espero la resurrección de los muertos. En cuanto Pablo dijo esto, los fariseos y los saduceos comenzaron a discutir entre sí, y se dividió la reunión. Porque los saduceos dicen que los muertos no resucitan, y que no hay ángeles ni espíritus; en cambio, los fariseos creen en todas estas cosas. Todos gritaban; y algunos maestros de la ley, que eran del partido fariseo, se levantaron y dijeron: —Este hombre no ha hecho nada malo; tal vez le ha hablado un espíritu o un ángel. Como el alboroto era cada vez mayor, el comandante tuvo miedo de que hicieran pedazos a Pablo, por lo cual mandó llamar a unos soldados para sacarlo de allí y llevarlo otra vez al cuartel. A la noche siguiente, el Señor se le apareció a Pablo y le dijo: «Ánimo, Pablo, porque así como has dado testimonio de mí aquí en Jerusalén, así tendrás que darlo también en Roma.» Al día siguiente, algunos de los judíos se pusieron de acuerdo para matar a Pablo, y juraron bajo maldición que no comerían ni beberían hasta que lograran matarlo. Eran más de cuarenta hombres los que así se habían comprometido. Fueron, pues, a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos de los judíos, y les dijeron: —Nosotros hemos jurado bajo maldición que no comeremos nada mientras no matemos a Pablo. Ahora, ustedes y los demás miembros de la Junta Suprema pidan al comandante que lo traiga mañana ante ustedes, con el pretexto de investigar su caso con más cuidado; y nosotros estaremos listos para matarlo antes que llegue. Pero el hijo de la hermana de Pablo se enteró del asunto, y fue al cuartel a avisarle. Pablo llamó a uno de los capitanes, y le dijo: —Lleve a este muchacho al comandante, porque tiene algo que comunicarle. El capitán lo llevó al comandante, y le dijo: —El preso Pablo me llamó y me pidió que trajera aquí a este muchacho, que tiene algo que comunicarle a usted. El comandante tomó de la mano al muchacho, y llevándolo aparte le preguntó: —¿Qué quieres decirme? El muchacho le dijo: —Los judíos se han puesto de acuerdo para pedirle a usted que mañana lleve a Pablo ante la Junta Suprema, con el pretexto de que quieren investigar su caso con más cuidado. Pero no les crea, porque más de cuarenta de sus hombres lo esperan escondidos, y han jurado bajo maldición que no comerán ni beberán hasta que maten a Pablo; y ahora están listos, esperando solamente que usted les dé una respuesta. Entonces el comandante despidió al muchacho, mandándole que no dijera a nadie que le había contado eso. El comandante llamó a dos de sus capitanes, y les dio orden de preparar doscientos soldados de a pie, setenta de a caballo y doscientos con lanzas, para ir a Cesarea a las nueve de la noche. Además mandó preparar caballos para que Pablo montara, y dio orden de llevarlo sano y salvo al gobernador Félix.

Hechos 23:1-24 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)

Entonces Pablo, mirando fijamente al concilio, dijo: Varones hermanos, yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy. El sumo sacerdote Ananías ordenó entonces a los que estaban junto a él, que le golpeasen en la boca. Entonces Pablo le dijo: ¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada! ¿Estás tú sentado para juzgarme conforme a la ley, y quebrantando la ley me mandas golpear? Los que estaban presentes dijeron: ¿Al sumo sacerdote de Dios injurias? Pablo dijo: No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está: No maldecirás a un príncipe de tu pueblo. Entonces Pablo, notando que una parte era de saduceos y otra de fariseos, alzó la voz en el concilio: Varones hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo; acerca de la esperanza y de la resurrección de los muertos se me juzga. Cuando dijo esto, se produjo disensión entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió. Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas cosas. Y hubo un gran vocerío; y levantándose los escribas de la parte de los fariseos, contendían, diciendo: Ningún mal hallamos en este hombre; que si un espíritu le ha hablado, o un ángel, no resistamos a Dios. Y habiendo grande disensión, el tribuno, teniendo temor de que Pablo fuese despedazado por ellos, mandó que bajasen soldados y le arrebatasen de en medio de ellos, y le llevasen a la fortaleza. A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma. Venido el día, algunos de los judíos tramaron un complot y se juramentaron bajo maldición, diciendo que no comerían ni beberían hasta que hubiesen dado muerte a Pablo. Eran más de cuarenta los que habían hecho esta conjuración, los cuales fueron a los principales sacerdotes y a los ancianos y dijeron: Nosotros nos hemos juramentado bajo maldición, a no gustar nada hasta que hayamos dado muerte a Pablo. Ahora pues, vosotros, con el concilio, requerid al tribuno que le traiga mañana ante vosotros, como que queréis indagar alguna cosa más cierta acerca de él; y nosotros estaremos listos para matarle antes que llegue. Mas el hijo de la hermana de Pablo, oyendo hablar de la celada, fue y entró en la fortaleza, y dio aviso a Pablo. Pablo, llamando a uno de los centuriones, dijo: Lleva a este joven ante el tribuno, porque tiene cierto aviso que darle. Él entonces tomándole, le llevó al tribuno, y dijo: El preso Pablo me llamó y me rogó que trajese ante ti a este joven, que tiene algo que hablarte. El tribuno, tomándole de la mano y retirándose aparte, le preguntó: ¿Qué es lo que tienes que decirme? Él le dijo: Los judíos han convenido en rogarte que mañana lleves a Pablo ante el concilio, como que van a inquirir alguna cosa más cierta acerca de él. Pero tú no les creas; porque más de cuarenta hombres de ellos le acechan, los cuales se han juramentado bajo maldición, a no comer ni beber hasta que le hayan dado muerte; y ahora están listos esperando tu promesa. Entonces el tribuno despidió al joven, mandándole que a nadie dijese que le había dado aviso de esto. Y llamando a dos centuriones, mandó que preparasen para la hora tercera de la noche doscientos soldados, setenta jinetes y doscientos lanceros, para que fuesen hasta Cesarea; y que preparasen cabalgaduras en que poniendo a Pablo, le llevasen en salvo a Félix el gobernador.

Hechos 23:1-24 La Biblia de las Américas (LBLA)

Entonces Pablo, mirando fijamente al concilio, dijo: Hermanos, hasta este día yo he vivido delante de Dios con una conciencia perfectamente limpia. Y el sumo sacerdote Ananías ordenó a los que estaban junto a él, que lo golpearan en la boca. Entonces Pablo le dijo: ¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada! ¿Te sientas tú para juzgarme conforme a la ley, y violas la ley ordenando que me golpeen? Los que estaban allí observando, dijeron: ¿Al sumo sacerdote de Dios injurias? Y Pablo dijo: No sabía, hermanos, que él era el sumo sacerdote; porque escrito está: NO HABLARAS MAL DE UNA DE LAS AUTORIDADES DE TU PUEBLO. Entonces Pablo, dándose cuenta de que una parte eran saduceos y otra fariseos, alzó la voz en el concilio: Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos; se me juzga a causa de la esperanza de la resurrección de los muertos. Cuando dijo esto, se produjo un altercado entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió. Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu, mas los fariseos creen todo esto. Se produjo entonces un gran alboroto; y levantándose algunos de los escribas del grupo de los fariseos, discutían acaloradamente, diciendo: No encontramos nada malo en este hombre; pero ¿y si un espíritu o un ángel le ha hablado? Y al surgir un gran altercado, el comandante tuvo temor de que Pablo fuera despedazado por ellos, y ordenó que las tropas descendieran, lo sacaran de entre ellos a la fuerza y lo llevaran al cuartel. A la noche siguiente se le apareció el Señor y le dijo: Ten ánimo, porque como has testificado fielmente de mi causa en Jerusalén, así has de testificar también en Roma. Cuando se hizo de día, los judíos tramaron una conspiración y se comprometieron bajo juramento, diciendo que no comerían ni beberían hasta que hubieran matado a Pablo. Y los que tramaron esta conjura eran más de cuarenta, los cuales fueron a los principales sacerdotes y a los ancianos y dijeron: Nos hemos comprometido bajo solemne juramento a no probar nada hasta que hayamos matado a Pablo. Ahora pues, vosotros y el concilio, avisad al comandante para que lo haga comparecer ante vosotros, como si quisierais hacer una investigación más minuciosa para resolver su caso; nosotros por nuestra parte estamos listos para matarlo antes de que llegue. Pero el hijo de la hermana de Pablo se enteró de la emboscada, y fue y entró al cuartel, y dio aviso a Pablo. Y Pablo, llamando a uno de los centuriones, dijo: Lleva a este joven al comandante, porque tiene algo que informarle. El entonces, tomándolo consigo, lo condujo al comandante, y le dijo*: Pablo, el preso, me llamó y me pidió que te trajera a este joven, pues tiene algo que decirte. Y el comandante, tomándolo de la mano, y llevándolo aparte, le preguntó: ¿Qué es lo que me tienes que informar? Y él respondió: Los judíos se han puesto de acuerdo en pedirte que mañana lleves a Pablo al concilio con el pretexto de hacer una indagación más a fondo sobre él. Pero no les prestes atención, porque más de cuarenta hombres de ellos, que se han comprometido bajo juramento a no comer ni beber hasta que lo hayan matado, esperan emboscados; ya están listos esperando promesa de parte tuya. Entonces el comandante dejó ir al joven, encomendándole: No digas a nadie que me has informado de estas cosas. Y llamando a dos de los centuriones, dijo: Preparad doscientos soldados para la hora tercera de la noche, con setenta jinetes y doscientos lanceros, para que vayan a Cesarea. Debían preparar también cabalgaduras para Pablo, y llevarlo a salvo al gobernador Félix.

Hechos 23:1-24 Nueva Traducción Viviente (NTV)

Mirando fijamente al Concilio Supremo, Pablo comenzó: «Hermanos, ¡siempre he vivido ante Dios con la conciencia limpia!». Al instante, Ananías, el sumo sacerdote, ordenó a los que estaban cerca de Pablo que lo golpearan en la boca. Pero Pablo le dijo: «¡Dios te golpeará a ti, hipócrita corrupto! ¿Qué clase de juez eres si tú mismo infringes la ley al ordenar que me golpeen así?». Los que estaban cerca de Pablo le dijeron: —¿Te atreves a insultar al sumo sacerdote de Dios? —Lo siento, hermanos. No me había dado cuenta de que él es el sumo sacerdote —contestó Pablo—, porque las Escrituras dicen: “No hables mal de ninguno de tus gobernantes”. Pablo se dio cuenta de que algunos miembros del Concilio Supremo eran saduceos y que otros eran fariseos, por lo tanto, gritó: «Hermanos, ¡yo soy fariseo, al igual que mis antepasados! ¡Y estoy en juicio porque mi esperanza está en la resurrección de los muertos!». Esto dividió al Concilio —puso a los fariseos contra los saduceos—, porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, pero los fariseos sí creen en todo esto. Así que hubo un gran alboroto. Algunos de los maestros de la ley religiosa que eran fariseos se levantaron de un salto y comenzaron a discutir enérgicamente. «Nosotros no encontramos nada malo en él —gritaban—. Tal vez algún espíritu o ángel le habló». Como el conflicto se tornó más violento, el comandante tenía temor de que descuartizaran a Pablo. De modo que les ordenó a sus soldados que fueran a rescatarlo por la fuerza y lo regresaran a la fortaleza. Esa noche el Señor se le apareció a Pablo y le dijo: «Ten ánimo, Pablo. Así como has sido mi testigo aquí en Jerusalén, también debes predicar la Buena Noticia en Roma». A la mañana siguiente, un grupo de judíos se reunió y se comprometió mediante un juramento a no comer ni beber hasta matar a Pablo. Eran más de cuarenta los cómplices en la conspiración. Fueron a los sacerdotes principales y a los ancianos y les dijeron: «Nos hemos comprometido mediante un juramento a no comer nada hasta que hayamos matado a Pablo. Así que ustedes y el Concilio Supremo deberían pedirle al comandante que lleve otra vez a Pablo ante el Concilio. Aparenten que quieren examinar su caso más a fondo. Nosotros lo mataremos en el camino». Pero el sobrino de Pablo —el hijo de su hermana— se enteró del plan y fue a la fortaleza y se lo contó a Pablo. Pablo mandó llamar a uno de los oficiales romanos y le dijo: «Lleva a este joven al comandante; tiene algo importante que decirle». Entonces el oficial lo hizo y explicó: «El prisionero Pablo me llamó y me pidió que le trajera a este joven porque tiene algo que decirle». El comandante lo tomó de la mano, lo llevó a un lado y le preguntó: —¿Qué es lo que quieres decirme? El sobrino de Pablo le dijo: —Unos judíos van a pedirle que usted lleve mañana a Pablo ante el Concilio Supremo, fingiendo que quieren obtener más información. ¡Pero no lo haga! Hay más de cuarenta hombres escondidos por todo el camino, listos para tenderle una emboscada. Ellos han jurado no comer ni beber nada hasta que lo hayan matado. Ya están listos, solo esperan su consentimiento. —Que nadie sepa que me has contado esto —le advirtió el comandante al joven. Entonces el comandante llamó a dos de sus oficiales y les dio la siguiente orden: «Preparen a doscientos soldados para que vayan a Cesarea esta noche a las nueve. Lleven también doscientos lanceros y setenta hombres a caballo. Denle caballos a Pablo para el viaje y llévenlo a salvo al gobernador Félix».