Hechos 22:6-30
Hechos 22:6-30 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)
»Sucedió que a eso del mediodía, cuando me acercaba a Damasco, una intensa luz del cielo relampagueó de repente a mi alrededor. Caí al suelo y oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. “¿Quién eres, Señor?”, pregunté. “Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues”, me contestó él. Los que me acompañaban vieron la luz, pero no percibieron la voz del que me hablaba. “¿Qué debo hacer, Señor?”, le pregunté. “Levántate —dijo el Señor—, y entra en Damasco. Allí se te dirá todo lo que se ha dispuesto que hagas”. Mis compañeros me llevaron de la mano hasta Damasco porque el resplandor de aquella luz me había dejado ciego. »Vino a verme un tal Ananías, hombre devoto que observaba la Ley y a quien respetaban mucho los judíos que allí vivían. Se puso a mi lado y me dijo: “Hermano Saulo, ¡recibe la vista!”. Y en aquel mismo instante recobré la vista y pude verlo. Luego dijo: “El Dios de nuestros antepasados te ha escogido para que conozcas su voluntad, y para que veas al Justo y oigas las palabras de su boca. Tú le serás testigo ante toda persona de lo que has visto y oído. Y ahora, ¿qué esperas? Levántate, bautízate y lávate de tus pecados, invocando su nombre”. »Cuando volví a Jerusalén, mientras oraba en el Templo tuve una visión y vi al Señor que me hablaba: “¡Date prisa! Sal inmediatamente de Jerusalén, porque no aceptarán tu testimonio acerca de mí”. “Señor —le respondí—, ellos saben que yo andaba de sinagoga en sinagoga encarcelando y azotando a los que creen en ti; y, cuando se derramaba la sangre de tu testigo Esteban, ahí estaba yo, dando mi aprobación y cuidando la ropa de quienes lo mataban”. Pero el Señor me respondió: “Vete; yo te enviaré lejos, a los no judíos”». La multitud estuvo escuchando a Pablo hasta que pronunció esas palabras. Entonces levantaron la voz y gritaron: «¡Bórralo de la tierra! ¡Ese tipo no merece vivir!». Como seguían gritando, tirando sus mantos y arrojando polvo al aire, el comandante ordenó que metieran a Pablo en el cuartel. Mandó que lo interrogaran a latigazos con el fin de averiguar por qué gritaban así contra él. Cuando lo estaban sujetando con correas para azotarlo, Pablo dijo al centurión que estaba allí: —¿Permite la ley que ustedes azoten a un ciudadano romano antes de ser juzgado? Al oír esto, el centurión fue y avisó al comandante. —¿Qué va a hacer usted? Resulta que ese hombre es ciudadano romano. El comandante se acercó a Pablo y le dijo: —Dime, ¿eres ciudadano romano? —Sí, lo soy. —A mí me costó una fortuna adquirir mi ciudadanía —dijo el comandante. —Pues yo la tengo de nacimiento —respondió Pablo. Los que iban a interrogarlo se retiraron enseguida. Al darse cuenta de que Pablo era ciudadano romano, el comandante mismo se asustó de haberlo encadenado. Al día siguiente, como el comandante quería saber con certeza de qué acusaban los judíos a Pablo, lo desató y mandó que se reunieran los jefes de los sacerdotes y el Consejo en pleno. Luego llevó a Pablo para que compareciera ante ellos.
Hechos 22:6-30 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)
»Todavía estábamos en el camino, ya muy cerca de Damasco, cuando de repente, como a las doce del día, vino del cielo una fuerte luz y todo a mi alrededor se iluminó. Caí al suelo, y escuché una voz que me decía: “¡Saulo! ¡Saulo! ¿Por qué me persigues?” »Yo pregunté: “¿Quién eres, Señor?” »La voz me dijo: “Yo soy Jesús de Nazaret. Es a mí a quien estás persiguiendo.” »Los amigos que me acompañaban vieron la luz, pero no oyeron la voz. Entonces pregunté: “Señor Jesús, ¿qué debo hacer?” »El Señor me dijo: “Levántate y entra en la ciudad de Damasco. Allí se te dirá lo que debes hacer.” »Mis amigos me llevaron de la mano a Damasco, porque la luz me había dejado ciego. Allí en Damasco había un hombre llamado Ananías, que amaba a Dios y obedecía la ley de Moisés. La gente de esa ciudad hablaba muy bien de él. Ananías fue a verme y me dijo: “Saulo, amigo, ya has recobrado la vista.” »En ese mismo instante recobré la vista, y pude ver a Ananías. Entonces él me dijo: “El Dios de nuestros antepasados te ha elegido para que conozcas sus planes. Él quiere que veas a Jesús, quien es justo, y que oigas su voz. Porque tú le anunciarás a todo el mundo lo que has visto y lo que has oído. Así que, no esperes más; levántate, bautízate y pídele al Señor que perdone tus pecados.” »Cuando regresé a Jerusalén, fui al templo a orar, y allí tuve una visión. Vi al Señor, que me decía: “Vete enseguida de Jerusalén, porque la gente de aquí no creerá lo que digas de mí.” »Yo contesté: “Señor, esta gente sabe que yo iba a todas las sinagogas para atrapar a los que creían en ti. Los llevaba a la cárcel, y los maltrataba mucho. Cuando mataron a Esteban, yo estaba allí, y estuve de acuerdo en que lo mataran, porque hablaba acerca de ti. ¡Hasta cuidé la ropa de los que lo mataron!” »Pero el Señor Jesús me dijo: “Vete ya, pues voy a enviarte a países muy lejanos.”» La gente ya no quiso escuchar más y comenzó a gritar: «¡Ese hombre no merece vivir! ¡Que muera! ¡No queremos volver a verlo en este mundo!» La gente siguió gritando y sacudiéndose el polvo de la ropa en señal de rechazo, y lanzaba tierra al aire. El jefe de los soldados ordenó que metieran a Pablo en el cuartel, y que lo golpearan. Quería saber por qué la gente gritaba en contra suya. Pero cuando los soldados lo ataron para pegarle, Pablo le preguntó al capitán de los soldados: —¿Tienen ustedes permiso para golpear a un ciudadano romano, sin saber siquiera si es culpable o inocente? El capitán fue y le contó esto al jefe de los soldados. Le dijo: —¿Qué va a hacer usted? ¡Este hombre es ciudadano romano! El jefe fue a ver a Pablo, y le preguntó: —¿De veras eres ciudadano romano? —Así es —contestó Pablo. El jefe le dijo: —Yo compré el derecho de ser ciudadano romano, y me costó mucho dinero. —¡Pero yo no lo compré! —le contestó Pablo—. Yo nací en una ciudad romana. Por eso soy ciudadano romano. Los que iban a golpear a Pablo para que hablara, se apartaron de él. El jefe de los soldados también tuvo mucho miedo, pues había ordenado sujetar con cadenas a un ciudadano romano. Al día siguiente, el jefe de los soldados romanos mandó a reunir a los sacerdotes principales y a los judíos de la Junta Suprema, pues quería saber exactamente de qué acusaban a Pablo. Luego ordenó que le quitaran las cadenas, que lo sacaran de la cárcel y que lo pusieran delante de todos ellos.
Hechos 22:6-30 Reina Valera Contemporánea (RVC)
»Pero sucedió que en el camino, ya cerca de Damasco y como a mediodía, de repente me rodeó una intensa luz del cielo. Caí al suelo, y entonces oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Yo respondí: “¿Quién eres, Señor?” Y la voz me contestó: “Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues.” Los que me acompañaban vieron la luz, y se espantaron; pero no escucharon la voz del que me hablaba. Entonces dije: “Señor, ¿qué debo hacer?” Y el Señor me dijo: “Levántate, y ve a Damasco; allí se te dirá todo lo que se ha determinado que hagas.” Como yo no podía ver por causa de esa luz tan potente, los que me acompañaban me llevaron de la mano, y así llegué a Damasco. »Allí vivía Ananías, un hombre piadoso y apegado a la ley, de quien todos los judíos que allí vivían hablaban bien. Ananías vino, se me acercó y me dijo: “Hermano Saulo, ¡recibe la vista!” Y en ese mismo instante recobré la vista y pude verlo. Y él me dijo: “El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, y veas al Justo y escuches de sus propios labios su palabra, pues tú serás su testigo ante todo el mundo de esto que has visto y oído. ¿Qué esperas, entonces? ¡Levántate y bautízate, e invoca su nombre, para que quedes limpio de tus pecados!” »Cuando volví a Jerusalén, mientras oraba yo en el templo, entré en éxtasis. Vi entonces al Señor, y escuché que me decía: “Date prisa, y sal pronto de Jerusalén, porque no van a creer lo que les digas de mí.” Yo le respondí: “Señor, ellos saben que yo andaba por todas las sinagogas encarcelando y azotando a los que creían en ti. Cuando corría la sangre de Esteban, tu testigo, yo estaba allí, aprobando su muerte con mi presencia y cuidando la ropa de quienes lo mataron.” Pero el Señor me dijo: “Anda, que voy a enviarte lejos, a los que no son judíos.”» Hasta aquí lo escucharon. Entonces alzaron la voz y gritaron: «¡Mátalo! ¡Bórralo de este mundo! ¡Gente así no merece vivir!» Y se rasgaban la ropa y lanzaban polvo al aire, y no dejaban de gritar. Entonces el tribuno mandó que llevaran a Pablo a la fortaleza, con órdenes de que lo interrogaran y lo azotaran para saber por qué protestaban contra él. Cuando lo estaban atando con correas, Pablo le preguntó al centurión allí presente: «¿Acaso está permitido azotar a un ciudadano romano sin que antes se le juzgue?» Cuando el centurión oyó esto, fue con el tribuno y le dijo: «¿Y ahora qué vas a hacer? ¡Este hombre es ciudadano romano!» Fue entonces el tribuno y le preguntó: «Dime, ¿en verdad eres ciudadano romano?» Y como Pablo respondió que sí, el tribuno se jactó: «¡A mí me costó mucho dinero adquirir la ciudadanía!» Pero Pablo le respondió: «Yo soy romano de nacimiento.» Al saber que Pablo era ciudadano romano, los que iban a interrogarlo se apartaron de él, y el tribuno hizo lo mismo, pues tuvo miedo de haber ordenado que lo interrogaran. Al día siguiente, el tribuno quiso saber por qué realmente lo acusaban los judíos, así que ordenó que le quitaran las cadenas, y también que se presentaran los principales sacerdotes y el concilio. Luego sacó a Pablo, y lo hizo comparecer ante ellos.
Hechos 22:6-30 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)
»Pero mientras iba yo de camino, y estando ya cerca de Damasco, a eso del mediodía, una fuerte luz del cielo brilló de repente a mi alrededor, y caí al suelo. Y oí una voz, que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Pregunté: “¿Quién eres, Señor?” Y la voz me contestó: “Yo soy Jesús de Nazaret, el mismo a quien tú estás persiguiendo.” Los que iban conmigo vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba. Yo pregunté: “¿Qué debo hacer, Señor?” Y el Señor me dijo: “Levántate y sigue tu viaje a Damasco. Allí se te dirá todo lo que debes hacer.” Como el brillo de la luz me dejó ciego, mis compañeros me llevaron de la mano a Damasco. »Allí había un hombre llamado Ananías, que era muy piadoso y obediente a la ley de Moisés; todos los judíos que vivían en Damasco hablaban muy bien de él. Ananías vino a verme, y al llegar me dijo: “Hermano Saulo, recibe de nuevo la vista.” En aquel mismo momento recobré la vista, y pude verlo. Luego añadió: “El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, y para que veas al que es justo y oigas su voz de sus propios labios. Pues tú vas a ser testigo suyo ante todo el mundo, y vas a contar lo que has visto y oído. Y ahora, no esperes más. Levántate, bautízate y lávate de tus pecados, invocando el nombre del Señor.” »Cuando regresé a Jerusalén, fui al templo a orar, y tuve una visión. Vi al Señor, que me dijo: “Date prisa, sal rápidamente de Jerusalén, porque no van a hacer caso de lo que dices de mí.” Yo le dije: “Señor, ellos saben que yo iba por todas las sinagogas y llevaba a la cárcel a los que creían en ti, y que los golpeaba, y que cuando mataron a tu siervo Esteban, que daba testimonio de ti, yo mismo estaba allí, aprobando que lo mataran, e incluso cuidé la ropa de quienes lo mataron.” Pero el Señor me dijo: “Ponte en camino, que voy a enviarte a naciones lejanas.”» Hasta este punto lo escucharon; pero entonces comenzaron a gritar: «¡Ese hombre no debe vivir! ¡Bórralo de este mundo!» Y como seguían gritando y sacudiendo sus ropas y tirando polvo al aire, el comandante ordenó que metieran a Pablo en el cuartel, y mandó que lo azotaran, para que confesara por qué la gente gritaba en contra suya. Pero cuando ya lo tenían atado para azotarlo, Pablo le preguntó al capitán que estaba presente: —¿Tienen ustedes autoridad para azotar a un ciudadano romano, y además sin haberlo juzgado? Al oír esto, el capitán fue y avisó al comandante, diciendo: —¿Qué va a hacer usted? Este hombre es ciudadano romano. Entonces el comandante se acercó a Pablo, y le preguntó: —¿Es cierto que tú eres ciudadano romano? Pablo le contestó: —Sí. El comandante le dijo: —A mí me costó mucho dinero hacerme ciudadano romano. Y Pablo respondió: —Pues yo lo soy por nacimiento. Con esto, los que iban a azotar a Pablo se apartaron de él; y hasta el mismo comandante, al darse cuenta de que era ciudadano romano, tuvo miedo por haberlo encadenado. Al día siguiente, el comandante, queriendo saber con exactitud de qué acusaban los judíos a Pablo, le quitó las cadenas y mandó reunir a los jefes de los sacerdotes y a toda la Junta Suprema. Luego sacó a Pablo y lo puso delante de ellos.
Hechos 22:6-30 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)
Pero aconteció que yendo yo, al llegar cerca de Damasco, como a mediodía, de repente me rodeó mucha luz del cielo; y caí al suelo, y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo entonces respondí: ¿Quién eres, Señor? Y me dijo: Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues. Y los que estaban conmigo vieron a la verdad la luz, y se espantaron; pero no entendieron la voz del que hablaba conmigo. Y dije: ¿Qué haré, Señor? Y el Señor me dijo: Levántate, y ve a Damasco, y allí se te dirá todo lo que está ordenado que hagas. Y como yo no veía a causa de la gloria de la luz, llevado de la mano por los que estaban conmigo, llegué a Damasco. Entonces uno llamado Ananías, varón piadoso según la ley, que tenía buen testimonio de todos los judíos que allí moraban, vino a mí, y acercándose, me dijo: Hermano Saulo, recibe la vista. Y yo en aquella misma hora recobré la vista y lo miré. Y él dijo: El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, y veas al Justo, y oigas la voz de su boca. Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre. Y me aconteció, vuelto a Jerusalén, que orando en el templo me sobrevino un éxtasis. Y le vi que me decía: Date prisa, y sal prontamente de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí. Yo dije: Señor, ellos saben que yo encarcelaba y azotaba en todas las sinagogas a los que creían en ti; y cuando se derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo mismo también estaba presente, y consentía en su muerte, y guardaba las ropas de los que le mataban. Pero me dijo: Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles. Y le oyeron hasta esta palabra; entonces alzaron la voz, diciendo: Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva. Y como ellos gritaban y arrojaban sus ropas y lanzaban polvo al aire, mandó el tribuno que le metiesen en la fortaleza, y ordenó que fuese examinado con azotes, para saber por qué causa clamaban así contra él. Pero cuando le ataron con correas, Pablo dijo al centurión que estaba presente: ¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido condenado? Cuando el centurión oyó esto, fue y dio aviso al tribuno, diciendo: ¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es ciudadano romano. Vino el tribuno y le dijo: Dime, ¿eres tú ciudadano romano? Él dijo: Sí. Respondió el tribuno: Yo con una gran suma adquirí esta ciudadanía. Entonces Pablo dijo: Pero yo lo soy de nacimiento. Así que, luego se apartaron de él los que le iban a dar tormento; y aun el tribuno, al saber que era ciudadano romano, también tuvo temor por haberle atado. Al día siguiente, queriendo saber de cierto la causa por la cual le acusaban los judíos, le soltó de las cadenas, y mandó venir a los principales sacerdotes y a todo el concilio, y sacando a Pablo, le presentó ante ellos.
Hechos 22:6-30 La Biblia de las Américas (LBLA)
Y aconteció que cuando iba de camino, estando ya cerca de Damasco, como al mediodía, de repente una luz muy brillante fulguró desde el cielo a mi derredor, y caí al suelo, y oí una voz que me decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Y respondí: «¿Quién eres, Señor?». Y Él me dijo: «Yo soy Jesús el Nazareno, a quien tú persigues». Y los que estaban conmigo vieron la luz, ciertamente, pero no comprendieron la voz del que me hablaba. Y yo dije: «¿Qué debo hacer, Señor?». Y el Señor me dijo: «Levántate y entra a Damasco; y allí se te dirá todo lo que se ha ordenado que hagas». Pero como yo no veía por causa del resplandor de aquella luz, los que estaban conmigo me llevaron de la mano y entré a Damasco. Y uno llamado Ananías, hombre piadoso según las normas de la ley, y de quien daban buen testimonio todos los judíos que vivían allí, vino a mí, y poniéndose a mi lado, me dijo: «Hermano Saulo, recibe la vista». En ese mismo instante alcé los ojos y lo miré. Y él dijo: «El Dios de nuestros padres te ha designado para que conozcas su voluntad, y para que veas al Justo y oigas palabra de su boca. Porque testigo suyo serás a todos los hombres de lo que has visto y oído. Y ahora, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados invocando su nombre». Y aconteció que cuando regresé a Jerusalén y me hallaba orando en el templo, caí en un éxtasis, y vi al Señor que me decía: «Apresúrate y sal pronto de Jerusalén porque no aceptarán tu testimonio acerca de mí». Y yo dije: «Señor, ellos saben bien que en una sinagoga tras otra, yo encarcelaba y azotaba a los que creían en ti. Y cuando se derramaba la sangre de tu testigo Esteban, allí estaba también yo dando mi aprobación, y cuidando los mantos de los que lo estaban matando». Pero Él me dijo: «Ve, porque te voy a enviar lejos, a los gentiles». Lo oyeron hasta que dijo esto, y entonces alzaron sus voces y dijeron: ¡Quita de la tierra a ese individuo! No se le debe permitir que viva. Como ellos vociferaban y arrojaban sus mantos y echaban polvo al aire, el comandante ordenó que lo llevaran al cuartel, diciendo que debía ser sometido a azotes para saber la razón por qué gritaban contra él de aquella manera. Cuando lo estiraron con correas, Pablo dijo al centurión que estaba allí: ¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haberle hecho juicio? Al oír esto el centurión, fue al comandante y le avisó, diciendo: ¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es romano. Vino el comandante a Pablo y le dijo: Dime, ¿eres romano? Y él dijo: Sí. Y el comandante respondió: Yo adquirí esta ciudadanía por una gran cantidad de dinero. Y Pablo dijo: Pero yo soy ciudadano de nacimiento. Entonces los que iban a someterlo a azotes, al instante lo soltaron; y también el comandante tuvo temor cuando supo que Pablo era romano, y porque lo había atado con cadenas. Al día siguiente, queriendo saber con certeza la causa por la cual los judíos lo acusaban, lo soltó, y ordenó a los principales sacerdotes y a todo el concilio que se reunieran; y llevando a Pablo, lo puso ante ellos.
Hechos 22:6-30 Nueva Traducción Viviente (NTV)
»Cuando iba de camino, ya cerca de Damasco, como al mediodía, de repente una intensa luz del cielo brilló alrededor de mí. Caí al suelo y oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. »“¿Quién eres, señor?”, pregunté. »Y la voz contestó: “Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues”. La gente que iba conmigo vio la luz pero no entendió la voz que me hablaba. »Yo pregunté: “¿Qué debo hacer, Señor?”. »Y el Señor me dijo: “Levántate y entra en Damasco, allí se te dirá todo lo que debes hacer”. »Quedé ciego por la intensa luz y mis compañeros tuvieron que llevarme de la mano hasta Damasco. Allí vivía un hombre llamado Ananías. Era un hombre recto, muy devoto de la ley y muy respetado por todos los judíos de Damasco. Él llegó y se puso a mi lado y me dijo: “Hermano Saulo, recobra la vista”. Y, en ese mismo instante, ¡pude verlo! »Después me dijo: “El Dios de nuestros antepasados te ha escogido para que conozcas su voluntad y para que veas al Justo y lo oigas hablar. Pues tú serás su testigo; les contarás a todos lo que has visto y oído. ¿Qué esperas? Levántate y bautízate. Queda limpio de tus pecados al invocar el nombre del Señor”. »Después de regresar a Jerusalén y, mientras oraba en el templo, caí en un estado de éxtasis. Tuve una visión de Jesús, quien me decía: “¡Date prisa! Sal de Jerusalén, porque la gente de aquí no aceptará tu testimonio acerca de mí”. »“Pero Señor —argumenté—, seguramente ellos saben que, en cada sinagoga, yo encarcelé y golpeé a los que creían en ti. Y estuve totalmente de acuerdo cuando mataron a tu testigo Esteban. Estuve allí cuidando los abrigos que se quitaron cuando lo apedrearon”. »Pero el Señor me dijo: “¡Ve, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles!”». La multitud escuchó hasta que Pablo dijo esta palabra. Entonces todos comenzaron a gritar: «¡Llévense a ese tipo! ¡No es digno de vivir!». Gritaron, arrojaron sus abrigos y lanzaron puñados de polvo al aire. El comandante llevó a Pablo adentro y ordenó que lo azotaran con látigos para hacerlo confesar su delito. Quería averiguar por qué la multitud se había enfurecido. Cuando ataron a Pablo para azotarlo, Pablo le preguntó al oficial que estaba allí: —¿Es legal que azoten a un ciudadano romano que todavía no ha sido juzgado? Cuando el oficial oyó esto, fue al comandante y le preguntó: «¿Qué está haciendo? ¡Este hombre es un ciudadano romano!». Entonces el comandante se acercó a Pablo y le preguntó: —Dime, ¿eres ciudadano romano? —Sí, por supuesto que lo soy —respondió Pablo. —Yo también lo soy —dijo el comandante entre dientes—, ¡y me costó mucho dinero! Pablo respondió: —¡Pero yo soy ciudadano de nacimiento! Los soldados que estaban a punto de interrogar a Pablo se retiraron velozmente cuando se enteraron de que era ciudadano romano, y el comandante quedó asustado porque había ordenado que lo amarraran y lo azotaran. Al día siguiente, el comandante ordenó que los sacerdotes principales se reunieran en sesión con el Concilio Supremo judío. Quería averiguar de qué se trataba el problema, así que soltó a Pablo para presentarlo delante de ellos.