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1 Reyes 10:1-25

1 Reyes 10:1-25 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)

La reina de Sabá se enteró de la fama de Salomón, con la cual él honraba el nombre del SEÑOR, así que fue a verlo para ponerlo a prueba con preguntas difíciles. Llegó a Jerusalén con un séquito muy grande. Sus camellos llevaban perfumes y grandes cantidades de oro y piedras preciosas. Al presentarse ante Salomón, le preguntó todo lo que tenía pensado, y él respondió a todas sus preguntas. No hubo ningún asunto, por difícil que fuera, que el rey no pudiera resolver. Cuando la reina de Sabá vio toda la sabiduría de Salomón, el palacio que él había construido, los manjares de su mesa, los asientos que ocupaban sus funcionarios, la ropa de los camareros y los coperos, y los holocaustos que ofrecía en el Templo del SEÑOR, quedó muy impresionada. Entonces dijo al rey: «¡Todo lo que escuché en mi país acerca de tus triunfos y de tu sabiduría es cierto! No podía creer nada de eso hasta que vine y lo vi con mis propios ojos. En realidad, ¡no me habían contado ni siquiera la mitad! Tanto en sabiduría como en riqueza, superas todo lo que había oído decir. ¡Dichosos tus súbditos! ¡Dichosos estos servidores tuyos, que constantemente están en tu presencia bebiendo de tu sabiduría! ¡Y alabado sea el SEÑOR tu Dios, que se ha deleitado en ti y te ha puesto en el trono de Israel! En su eterno amor por Israel, el SEÑOR te ha hecho rey para que gobiernes con justicia y rectitud». Luego la reina le regaló a Salomón ciento veinte talentos de oro, piedras preciosas y gran cantidad de perfumes. Nunca más llegaron a Israel tantos perfumes como los que la reina de Sabá obsequió al rey Salomón. La flota de Hiram trajo desde Ofir, además del oro, grandes cargamentos de madera de sándalo y de piedras preciosas. Con la madera, el rey construyó barandas para el Templo del SEÑOR y para el palacio real. También hizo arpas y liras para los músicos. Desde entonces, nunca más se ha importado ni ha vuelto a verse tanto sándalo como aquel día. El rey Salomón, por su parte, dio a la reina de Sabá todo lo que a ella se le antojó pedirle, además de lo que él, en su magnanimidad, ya le había regalado. Después de eso, la reina regresó a su país con todos los que la atendían. La cantidad de oro que Salomón recibía anualmente llegaba a seiscientos sesenta y seis talentos, sin contar los impuestos aportados por los mercaderes, el tráfico comercial, y por todos los reyes árabes y los gobernadores del país. El rey Salomón hizo doscientos escudos grandes de oro batido, en cada uno de los cuales se emplearon seiscientos siclos de oro. Hizo además trescientos escudos más pequeños, también de oro batido, empleando en cada uno de ellos tres minas de oro. Estos escudos los puso el rey en el palacio llamado «Bosque del Líbano». El rey hizo también un gran trono de marfil, recubierto de oro puro. El trono tenía seis peldaños, un espaldar redondo, brazos a cada lado del asiento, dos leones de pie junto a los brazos y doce leones de pie sobre los seis peldaños, uno en cada extremo. En ningún otro reino se había hecho algo semejante. Todas las copas del rey Salomón y toda la vajilla del palacio «Bosque del Líbano» eran de oro puro. Nada estaba hecho de plata, pues en tiempos de Salomón la plata era poco apreciada. Cada tres años, la flota comercial que el rey tenía en el mar, junto con la flota de Hiram, regresaba de Tarsis trayendo oro, plata y marfil, monos y mandriles. Tanto en riquezas como en sabiduría, el rey Salomón sobrepasó a los demás reyes de la tierra. Todo el mundo procuraba visitarlo para oír la sabiduría que Dios le había dado. Además, año tras año le llevaban regalos: artículos de plata y de oro, vestidos, armas, perfumes, caballos y mulas.

1 Reyes 10:1-25 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)

Cuando la reina de Sabá escuchó hablar de lo famoso que era Salomón, y que su sabiduría se debía al gran poder de Dios, decidió ir a visitarlo. Ella quería hacerle preguntas difíciles para ver si era tan sabio como decían. Llegó a Jerusalén acompañada de sus consejeros y con camellos cargados de perfumes, y gran cantidad de oro y piedras preciosas. Cuando se encontró con Salomón, ella le hizo todas las preguntas que había preparado. ¡Y Salomón las contestó todas! No hubo nada que el rey no pudiera explicarle. La reina quedó maravillada al ver lo sabio que era Salomón. También tuvo tiempo para admirar la hermosura del palacio, la rica comida que servían a la mesa, los asientos que ocupaban los asistentes, el aspecto y la ropa de todos los sirvientes y, en especial, la de los que servían el vino al rey. Se asombró al ver todos los animales que el rey daba como ofrenda en el templo de Dios. Entonces le dijo a Salomón: «Todo lo que escuché en mi país acerca de lo que has hecho y de lo sabio que eres, es cierto. Yo no lo creía, pero ahora lo he visto con mis propios ojos, y sé que es verdad. En realidad, no me habían contado ni siquiera la mitad. ¡Eres más sabio y rico de lo que yo había escuchado! ¡Qué felices deben ser tus esposas! ¡Y qué contentos deben estar todos tus servidores, pues siempre cuentan con tus sabios consejos! ¡Bendito sea tu Dios, a quien le agradó tu conducta y te hizo rey de Israel para que gobiernes con justicia! No hay duda, ¡Dios ama a Israel!» Después, la reina de Sabá le dio a Salomón tres mil novecientos sesenta kilos de oro, y gran cantidad de perfumes y piedras preciosas. Además, los barcos de Hiram, que habían traído desde Ofir el oro para Salomón, trajeron gran cantidad de madera de sándalo y piedras preciosas. Con esa madera el rey hizo barandas para el templo de Dios y para el palacio. También hizo para los músicos arpas y liras. Nunca antes se había visto tanto perfume y tanta madera de sándalo en Israel. El rey Salomón le dio a la reina de Sabá todo lo que ella le pidió, además de los regalos que él ya le había preparado. Después ella volvió a su país con sus consejeros. Cada año el rey Salomón recibía alrededor de veintidós mil kilos de oro, sin contar los impuestos que le pagaban los comerciantes, los reyes de Arabia y los gobernantes del país. Salomón mandó a hacer doscientos escudos grandes y trescientos pequeños, y los puso en el palacio llamado «Bosque del Líbano». Cada uno de los escudos grandes pesaba seis kilos de oro, y los pequeños pesaban poco más de kilo y medio. También mandó hacer un trono grande de marfil, recubierto con oro puro. El respaldo era redondo y tenía dos brazos. Al lado de cada brazo había un león de pie. El trono tenía seis escalones y a ambos lados de cada escalón había un león de pie. ¡Ningún otro rey tenía un trono tan hermoso! Todas las copas del rey y todos los platos del palacio «Bosque del Líbano» eran de oro puro. En aquella época no había nada de plata porque no la consideraban de mucho valor. Los barcos del rey Salomón y los del rey Hiram viajaban juntos, y cada tres años traían de Tarsis oro, plata, marfil, monos y pavos reales. El rey Salomón era más sabio y más rico que todos los reyes de esa región. Todo el mundo quería verlo y escuchar la sabiduría que Dios le había dado, así que cada año le llevaban regalos de oro y plata, ropas, perfumes, caballos y mulas.

1 Reyes 10:1-25 Reina Valera Contemporánea (RVC)

Cuando la reina de Sabá oyó hablar de la fama del rey Salomón, que honraba el nombre del Señor, quiso verlo y ponerlo a prueba con preguntas difíciles. Llegó a Jerusalén acompañada de un gran séquito: llevaba camellos cargados con especias, y oro en abundancia y piedras preciosas. Al llegar a la presencia de Salomón, le hizo toda clase de preguntas, y Salomón las respondió una a una. No hubo nada para lo cual Salomón no tuviera una respuesta. Y al ver la reina de Sabá cuán sabio era Salomón, y el templo que había edificado, y al probar los manjares de su mesa y examinar las habitaciones de sus oficiales, y la calidad de las vestiduras que llevaban los sirvientes responsables de los manjares, y los holocaustos que se ofrecían en el templo del Señor, se quedó asombrada. Entonces le dijo al rey: «Ya he visto que es verdad todo lo que escuché en mi país acerca de ti y de tu sabiduría. Yo no lo creía; por eso vine a comprobarlo por mí misma. ¡Y lo que me contaron no es ni la mitad de lo que he visto con mis propios ojos! Tu sabiduría y tus posesiones son mayores que la fama que te precedía. ¡Qué afortunados son tus súbditos! ¡Qué dichosos son tus sirvientes, que siempre están en tu presencia y escuchan tu sabiduría! ¡Bendito sea el Señor, tu Dios, que se agradó de ti y te puso en el trono de Israel! Yo sé que el Señor siempre ha amado a su pueblo Israel. Por eso te puso como su rey, para que lo gobiernes con rectitud y justicia.» Dicho esto, la reina de Sabá le obsequió a Salomón tres mil novecientos sesenta kilos de oro, gran cantidad de especias y piedras preciosas. Nunca antes se había visto tal cantidad de especias como las que la reina de Sabá le obsequió al rey Salomón. También la flota de Jirán, que había llevado oro de Ofir, llegó con mucha madera de sándalo y más piedras preciosas. Con la madera de sándalo, Salomón mandó hacer barandillas para el templo del Señor y para el palacio real, y además mandó fabricar arpas y salterios para los cantores. Nunca antes hubo en Israel tal cantidad de madera de sándalo, ni se ha vuelto a ver. Cuando la reina de Sabá regresó a su país con todo su séquito, el rey Salomón le dio cuanto ella quiso y pidió, además de lo que ya le había dado. La renta que Salomón recibía anualmente era de veintidós mil kilos de oro, sin contar los tributos de los mercaderes, de las especias, y de los reyes de Arabia y los gobernadores del país. Además, el rey Salomón mandó forjar doscientos grandes escudos bañados en oro. En cada escudo se emplearon seis kilos de oro. También mandó forjar otros trescientos escudos más pequeños, bañados en oro, que hizo colocar en el palacio conocido como Bosque del Líbano. En cada uno se emplearon un kilo y medio de oro. Luego mandó hacer un gran trono de marfil recubierto del oro más refinado. El trono tenía seis escalones; el respaldo era redondo y con brazos laterales, junto a los cuales había dos leones. En los seis escalones había doce leones, puestos uno frente al otro en cada escalón. En ningún otro reino conocido había un trono tan suntuoso. Toda la vajilla y todas las copas del palacio del Bosque del Líbano eran de oro fino. De plata no había nada, porque en los días de Salomón la plata no era apreciada. Y como el rey Salomón tenía una flota de naves de Tarsis junto con la flota de Jirán, una vez cada tres años llegaban las naves de Tarsis cargadas con oro, plata, marfil, monos y pavos reales. Las riquezas y la sabiduría de Salomón excedían a las de todos los reyes de la tierra. Muchos procuraban ver al rey Salomón para escuchar de sus labios la sabiduría que el Señor le había dado, y cada año le llevaban valiosos presentes: alhajas de oro y de plata, vestiduras finas, armas, especias aromáticas, y caballos y mulos.

1 Reyes 10:1-25 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)

La reina de Sabá oyó hablar de la fama que Salomón había alcanzado para honra del Señor, y fue a Jerusalén para ponerlo a prueba con preguntas difíciles. Llegó rodeada de gran esplendor, con camellos cargados de perfumes y con gran cantidad de oro y piedras preciosas. Cuando llegó ante Salomón, le preguntó todo lo que tenía pensado, y Salomón respondió a todas sus preguntas. No hubo una sola pregunta de la cual no supiera la respuesta. Al ver la reina de Sabá la sabiduría de Salomón, y el palacio que había construido, los manjares de su mesa, los lugares que ocupaban sus oficiales, el porte y la ropa de sus criados, sus coperos, y los holocaustos que ofrecía en el templo, se quedó tan asombrada que dijo al rey: «Lo que escuché en mi país acerca de tus hechos y de tu sabiduría, es verdad; pero solo he podido creerlo ahora que he venido y lo he visto con mis propios ojos. En realidad, no me habían contado ni la mitad, pues tu sabiduría y tus bienes son más de lo que yo había oído. ¡Qué felices deben de ser tus esposas, y qué contentos han de sentirse estos servidores tuyos, que siempre están a tu lado escuchando tus sabias palabras! ¡Bendito sea el Señor tu Dios, que te vio con agrado y te entregó el reino de Israel! ¡Por el amor que el Señor ha tenido siempre a Israel, te ha hecho rey para que gobiernes con rectitud y justicia!» Luego entregó ella al rey tres mil novecientos sesenta kilos de oro, y gran cantidad de perfumes y piedras preciosas. Nunca llegó a Israel tal cantidad de perfumes como la que regaló la reina de Sabá al rey Salomón. Además, la flota mercante de Hiram, que había traído oro de Ofir, trajo también de allá mucha madera de sándalo y piedras preciosas. Con la madera de sándalo hizo el rey barandas para el templo del Señor y para el palacio real, y también arpas y salterios para los músicos. Nunca había llegado, ni se ha visto hasta hoy, tanta madera de sándalo. Por su parte, el rey Salomón dio a la reina de Sabá todo lo que ella quiso pedirle, además de lo que él personalmente le regaló. Después la reina regresó a su país acompañada de la gente a su servicio. El oro que Salomón recibía cada año llegaba a unos veintidós mil kilos, sin contar el tributo que le pagaban los comerciantes, los negociantes y todos los reyes de Arabia y gobernadores del país. El rey Salomón mandó hacer doscientos escudos grandes de oro batido, empleando en cada uno seis kilos de oro. Mandó hacer también trescientos escudos más pequeños, empleando en cada uno poco más de un kilo y medio de oro batido, y los puso en el palacio llamado «Bosque del Líbano». Mandó hacer también un gran trono de marfil, y ordenó que lo recubrieran de oro puro. El trono tenía seis escalones; su respaldo tenía un dosel redondo y brazos a cada lado del asiento, junto a los cuales había dos leones de pie. Había también doce leones de pie, uno a cada lado de los seis escalones. ¡Jamás se había construido en ningún otro reino nada semejante! Además, todas las copas del rey eran de oro, lo mismo que toda la vajilla del palacio «Bosque del Líbano». No había nada de plata, porque en tiempos de Salomón esta no era de mucho valor, ya que los barcos de Tarsis que el rey tenía llegaban una vez cada tres años, junto con los barcos de Hiram, trayendo oro, plata, marfil, monos y pavos reales. El rey Salomón superaba a todos los reyes de la tierra en riqueza y sabiduría. Todo el mundo quería verlo y escuchar la sabiduría que Dios le había dado, y todos le llevaban cada año un regalo: objetos de plata y de oro, capas, armas, sustancias aromáticas, caballos y mulas.

1 Reyes 10:1-25 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)

Oyendo la reina de Sabá la fama que Salomón había alcanzado por el nombre de Jehová, vino a probarle con preguntas difíciles. Y vino a Jerusalén con un séquito muy grande, con camellos cargados de especias, y oro en gran abundancia, y piedras preciosas; y cuando vino a Salomón, le expuso todo lo que en su corazón tenía. Y Salomón le contestó todas sus preguntas, y nada hubo que el rey no le contestase. Y cuando la reina de Sabá vio toda la sabiduría de Salomón, y la casa que había edificado, asimismo la comida de su mesa, las habitaciones de sus oficiales, el estado y los vestidos de los que le servían, sus maestresalas, y sus holocaustos que ofrecía en la casa de Jehová, se quedó asombrada. Y dijo al rey: Verdad es lo que oí en mi tierra de tus cosas y de tu sabiduría; pero yo no lo creía, hasta que he venido, y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad; es mayor tu sabiduría y bien, que la fama que yo había oído. Bienaventurados tus hombres, dichosos estos tus siervos, que están continuamente delante de ti, y oyen tu sabiduría. Jehová tu Dios sea bendito, que se agradó de ti para ponerte en el trono de Israel; porque Jehová ha amado siempre a Israel, te ha puesto por rey, para que hagas derecho y justicia. Y dio ella al rey ciento veinte talentos de oro, y mucha especiería, y piedras preciosas; nunca vino tan gran cantidad de especias, como la reina de Sabá dio al rey Salomón. La flota de Hiram que había traído el oro de Ofir, traía también de Ofir mucha madera de sándalo, y piedras preciosas. Y de la madera de sándalo hizo el rey balaustres para la casa de Jehová y para las casas reales, arpas también y salterios para los cantores; nunca vino semejante madera de sándalo, ni se ha visto hasta hoy. Y el rey Salomón dio a la reina de Sabá todo lo que ella quiso, y todo lo que pidió, además de lo que Salomón le dio. Y ella se volvió, y se fue a su tierra con sus criados. El peso del oro que Salomón tenía de renta cada año, era seiscientos sesenta y seis talentos de oro; sin lo de los mercaderes, y lo de la contratación de especias, y lo de todos los reyes de Arabia, y de los principales de la tierra. Hizo también el rey Salomón doscientos escudos grandes de oro batido; seiscientos siclos de oro gastó en cada escudo. Asimismo hizo trescientos escudos de oro batido, en cada uno de los cuales gastó tres libras de oro; y el rey los puso en la casa del bosque del Líbano. Hizo también el rey un gran trono de marfil, el cual cubrió de oro purísimo. Seis gradas tenía el trono, y la parte alta era redonda por el respaldo; y a uno y otro lado tenía brazos cerca del asiento, junto a los cuales estaban colocados dos leones. Estaban también doce leones puestos allí sobre las seis gradas, de un lado y de otro; en ningún otro reino se había hecho trono semejante. Y todos los vasos de beber del rey Salomón eran de oro, y asimismo toda la vajilla de la casa del bosque del Líbano era de oro fino; nada de plata, porque en tiempo de Salomón no era apreciada. Porque el rey tenía en el mar una flota de naves de Tarsis, con la flota de Hiram. Una vez cada tres años venía la flota de Tarsis, y traía oro, plata, marfil, monos y pavos reales. Así excedía el rey Salomón a todos los reyes de la tierra en riquezas y en sabiduría. Toda la tierra procuraba ver la cara de Salomón, para oír la sabiduría que Dios había puesto en su corazón. Y todos le llevaban cada año sus presentes: alhajas de oro y de plata, vestidos, armas, especias aromáticas, caballos y mulos.

1 Reyes 10:1-25 La Biblia de las Américas (LBLA)

Cuando la reina de Sabá oyó de la fama de Salomón, por causa del nombre del SEÑOR, vino a probarle con preguntas difíciles. Y vino a Jerusalén con un séquito muy grande, con camellos cargados de especias, y gran cantidad de oro y piedras preciosas. Cuando vino a Salomón, habló con él de todo lo que tenía en su corazón. Y Salomón contestó todas sus preguntas; no hubo nada tan oscuro que el rey no pudiera explicárselo. Cuando la reina de Sabá vio toda la sabiduría de Salomón, la casa que él había edificado, los manjares de su mesa, las habitaciones de sus siervos, el porte de sus ministros y sus vestiduras, sus coperos, y la escalinata por la cual él subía a la casa del SEÑOR, se quedó asombrada. Entonces dijo al rey: Era verdad lo que había oído en mi tierra acerca de tus palabras y de tu sabiduría. Pero yo no creía lo que me decían, hasta que he venido y mis ojos lo han visto. Y he aquí, no se me había contado ni la mitad. Tú superas en sabiduría y prosperidad la fama que había oído. Bienaventurados tus hombres, bienaventurados estos tus siervos que están delante de ti continuamente y oyen tu sabiduría. Bendito sea el SEÑOR tu Dios que se agradó de ti para ponerte sobre el trono de Israel; por el amor que el SEÑOR ha tenido siempre a Israel, te ha puesto por rey para hacer derecho y justicia. Entonces ella dio al rey ciento veinte talentos de oro, y gran cantidad de especias aromáticas y piedras preciosas. Nunca más entró tanta abundancia de especias aromáticas como las que la reina de Sabá dio al rey Salomón. También las naves de Hiram, que habían traído oro de Ofir, trajeron de allí gran cantidad de madera de sándalo y piedras preciosas. Con la madera de sándalo el rey hizo balaustres para la casa del SEÑOR y para el palacio del rey; también liras y arpas para los cantores; esa clase de madera de sándalo no ha entrado más ni se ha vuelto a ver hasta hoy. El rey Salomón dio a la reina de Sabá todo cuanto ella quiso pedirle, además de lo que le dio conforme a su real magnificencia. Después ella se volvió, y regresó a su tierra con sus siervos. El peso del oro que llegaba a Salomón en un año era de seiscientos sesenta y seis talentos de oro, sin contar lo de los mercaderes, las mercancías de los comerciantes, de todos los reyes de Arabia y de los gobernadores de la tierra. Y el rey Salomón hizo doscientos escudos grandes de oro batido, usando seiscientos siclos de oro en cada escudo. También hizo trescientos escudos de oro batido, usando tres minas de oro en cada escudo; y el rey los puso en la casa del bosque del Líbano. El rey hizo además, un gran trono de marfil y lo revistió de oro finísimo. Había seis gradas hasta el trono, y por detrás, la parte superior del trono era redonda, con brazos a cada lado del asiento y dos leones de pie junto a los brazos. Y doce leones estaban de pie allí en las seis gradas a uno y otro lado; nada semejante se hizo para ningún otro reino. Todos los vasos de beber del rey Salomón eran de oro, también todas las vasijas de la casa del bosque del Líbano eran de oro puro, ninguna era de plata; esta no se consideraba de ningún valor en los días de Salomón, porque el rey tenía en el mar las naves de Tarsis con las naves de Hiram, y cada tres años las naves de Tarsis venían trayendo oro, plata, marfil, monos y pavos reales. Así el rey Salomón llegó a ser más grande que todos los reyes de la tierra en riqueza y sabiduría. Y toda la tierra procuraba ver a Salomón, para oír la sabiduría que Dios había puesto en su corazón. Cada uno de ellos traía su presente: objetos de plata y objetos de oro, vestidos, armas, especias, caballos y mulos; y así año tras año.

1 Reyes 10:1-25 Nueva Traducción Viviente (NTV)

Cuando la reina de Saba se enteró de la fama de Salomón, fama que honraba el nombre del SEÑOR, fue a visitarlo para ponerlo a prueba con preguntas difíciles. Llegó a Jerusalén con un gran séquito de asistentes y una enorme caravana de camellos cargados con especias, grandes cantidades de oro y piedras preciosas. Cuando se presentó ante Salomón, habló con él acerca de todo lo que ella tenía en mente. Salomón tenía respuestas para todas sus preguntas; nada le resultaba demasiado difícil de explicar. Cuando la reina de Saba se dio cuenta de lo sabio que era Salomón y vio el palacio que él había construido, quedó atónita. También estaba asombrada por la comida que se servía en las mesas del rey, por la forma en que estaban organizados sus funcionarios y la ropa espléndida que usaban, por los coperos y por las ofrendas quemadas que ofrecía Salomón en el templo del SEÑOR. Entonces la reina exclamó: «¡Todo lo que oí en mi país acerca de tus logros y de tu sabiduría es cierto! Yo no creía lo que se dijo hasta que llegué aquí y lo vi con mis propios ojos. De hecho, ¡lo que había oído no refleja ni la mitad! Tu sabiduría y prosperidad superan ampliamente lo que me habían dicho. ¡Qué feliz debe estar tu pueblo! ¡Qué privilegio para tus funcionarios estar aquí en tu presencia día tras día, escuchando tu sabiduría! Alabado sea el SEÑOR tu Dios, quien se deleita en ti y te ha puesto en el trono de Israel. Debido al amor eterno del SEÑOR por Israel, él te ha hecho rey para que puedas gobernar con justicia y rectitud». Luego le regaló al rey cuatro mil kilos de oro, grandes cantidades de especias y de piedras preciosas. Nunca más entraron en el reino tantas especias como las que la reina de Saba le regaló al rey Salomón. (Además, los barcos de Hiram trajeron oro desde Ofir, y también abundantes cargamentos de madera de sándalo rojo y piedras preciosas. Con el sándalo, el rey construyó barandas para el templo del SEÑOR y para el palacio real, e hizo liras y arpas para los músicos. Nunca antes ni después hubo tanta cantidad de madera de sándalo). El rey Salomón le dio a la reina de Saba todo lo que ella pidió, además de todos los regalos de costumbre que ya le había entregado con tanta generosidad. Luego ella y todos sus acompañantes regresaron a su tierra. Cada año Salomón recibía unas veintitrés toneladas de oro, sin contar los ingresos adicionales que recibía de mercaderes y comerciantes, de todos los reyes de Arabia y de los gobernadores de la tierra. El rey Salomón fabricó doscientos escudos grandes de oro labrado a martillo; cada uno pesaba casi siete kilos. También hizo trescientos escudos más pequeños de oro labrado a martillo; cada uno pesaba casi dos kilos. El rey colocó los escudos en el Palacio del Bosque del Líbano. Luego el rey hizo un gran trono, decorado con marfil y revestido de oro fino. El trono tenía seis escalones y un respaldo redondeado. A cada lado del asiento había apoyabrazos, y a cada lado del trono había una figura de león de pie. Había también otros doce leones, uno en cada extremo de los seis escalones. ¡No había trono en todo el mundo que pudiera compararse con el de Salomón! Todas las copas del rey Salomón eran de oro macizo, igual que todos los utensilios en el Palacio del Bosque del Líbano. No estaban hechos de plata porque en los tiempos de Salomón la plata no se consideraba de valor. El rey tenía una flota de barcos mercantes de Tarsis que navegaba con la flota de Hiram. Una vez cada tres años, los barcos regresaban cargados de oro, plata, marfil, simios y pavos reales. De modo que Salomón llegó a ser más rico y más sabio que cualquier otro rey de la tierra. Gente de todas las naciones lo visitaba para consultarlo y escuchar la sabiduría que Dios le había dado. Año tras año, cada visitante le llevaba regalos de plata y oro, ropa, armas, especias, caballos y mulas.