al eclipsarse el sol. El velo del templo se rasgó en dos. Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPíRITU. Y habiendo dicho esto, expiró. Cuando el centurión vio lo que había sucedido, glorificaba a Dios, diciendo: Ciertamente, este hombre era inocente. Y cuando todas las multitudes que se habían reunido para presenciar este espectáculo, al observar lo que había acontecido, se volvieron golpeándose el pecho. Pero todos sus conocidos y las mujeres que le habían acompañado desde Galilea, estaban a cierta distancia viendo estas cosas. Y había un hombre llamado José, miembro del concilio, varón bueno y justo (el cual no había asentido al plan y al proceder de los demás) que era de Arimatea, ciudad de los judíos, y que esperaba el reino de Dios. Este fue a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús, y bajándole, le envolvió en un lienzo de lino, y le puso en un sepulcro excavado en la roca donde nadie había sido puesto todavía. Era el día de la preparación, y estaba para comenzar el día de reposo. Y las mujeres que habían venido con Él desde Galilea siguieron detrás, y vieron el sepulcro y cómo fue colocado el cuerpo. Y cuando regresaron, prepararon especias aromáticas y perfumes. Y en el día de reposo descansaron según el mandamiento.
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