Entonces los judíos se maravillaban, diciendo: ¿Cómo puede este saber de letras sin haber estudiado? Jesús entonces les respondió y dijo: Mi enseñanza no es mía, sino del que me envió. Si alguien quiere hacer su voluntad, sabrá si mi enseñanza es de Dios o si hablo de mí mismo. El que habla de sí mismo busca su propia gloria; pero el que busca la gloria del que le envió, este es verdadero y no hay injusticia en Él. ¿No os dio Moisés la ley, y sin embargo ninguno de vosotros la cumple? ¿Por qué procuráis matarme? La multitud contestó: ¡Tienes un demonio! ¿Quién procura matarte? Respondió Jesús y les dijo: Una sola obra hice y todos os admiráis. Por eso Moisés os ha dado la circuncisión (no porque sea de Moisés, sino de los padres), y en el día de reposo circuncidáis al hombre. Y si para no violar la ley de Moisés un hombre recibe la circuncisión en el día de reposo, ¿por qué estáis enojados conmigo porque sané por completo a un hombre en el día de reposo? No juzguéis por la apariencia, sino juzgad conjuicio justo.
Entonces algunos de Jerusalén decían: ¿No es este al que procuran matar? Y ved, habla en público y no le dicen nada. ¿No será que en verdad los gobernantes reconocen que este es el Cristo? Sin embargo, nosotros sabemos de dónde es este; pero cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es. Jesús entonces, mientras enseñaba en el templo, exclamó en alta voz, diciendo: Vosotros me conocéis y sabéis de dónde soy. Yo no he venido por mi propia cuenta, pero el que me envió es verdadero, a quien vosotros no conocéis. Yo le conozco, porque procedo de Él, y Él me envió. Procuraban, pues, prenderle; pero nadie le echó mano porque todavía no había llegado su hora. Pero muchos de la multitud creyeron en Él, y decían: Cuando el Cristo venga, ¿acaso hará más señales que las que este ha hecho? Los fariseos oyeron a la multitud murmurando estas cosas acerca de Él, y los principales sacerdotes y los fariseos enviaron alguaciles para que le prendieran. Entonces Jesús dijo: Por un poco más de tiempo estoy con vosotros; después voy al que me envió. Me buscaréis y no me hallaréis; y donde yo esté, vosotros no podéis ir. Decían entonces los judíos entre sí: ¿Adónde piensa irse este que no le hallemos? ¿Será acaso que quiere irse a la dispersión entre los griegos y enseñar a los griegos? ¿Qué quiere decir esto que ha dicho: «Me buscaréis y no me hallaréis; y donde yo esté, vosotros no podéis ir»?
Y en el último día, el gran día de la fiesta, Jesús puesto en pie, exclamó en alta voz, diciendo: Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. El que cree en mí, como ha dicho la Escritura: «De lo más profundo de su serbrotarán ríos de agua viva». Pero Él decía esto del Espíritu, que los que habían creído en Él habían de recibir; porque el Espíritu no había sido dado todavía, pues Jesús aún no había sido glorificado. Entonces algunos de la multitud, cuando oyeron estas palabras, decían: Verdaderamente este es el Profeta. Otros decían: Este es el Cristo. Pero otros decían: ¿Acaso el Cristo ha de venir de Galilea? ¿No ha dicho la Escritura que el Cristo viene de la descendencia de David, y de Belén, la aldea de donde era David? Así que se suscitó una división entre la multitud por causa de Él. Y algunos de ellos querían prenderle, pero nadie le echó mano.
Entonces los alguaciles vinieron a los principales sacerdotes y fariseos, y estos les dijeron: ¿Por qué no le trajisteis? Los alguaciles respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre habla! Entonces los fariseos les contestaron: ¿Es que también vosotros os habéis dejado engañar? ¿Acaso ha creído en Él alguno de los gobernantes, o de los fariseos? Pero esta multitud que no conoce de la ley, maldita es. Nicodemo, el que había venido a Jesús antes, y que era uno de ellos, les dijo*: ¿Acaso juzga nuestra ley a un hombre a menos que le oiga primero y sepa lo que hace? Respondieron y le dijeron: ¿Es que tú también eres de Galilea? Investiga, y verás que ningún profeta surge de Galilea. Y cada uno se fue a su casa.