Así dice el SEÑOR de los ejércitos:
Considerad, llamad a las plañideras, que vengan;
enviad por las más hábiles, que vengan,
que se apresuren y eleven una lamentación por nosotros,
para que derramen lágrimas nuestros ojos
y fluya agua de nuestros párpados.
Porque voz de lamentación se oye desde Sión:
«¡Cómo hemos sido arrasados!
En gran manera estamos avergonzados,
porque tenemos que abandonar la tierra,
porque han derribado nuestras moradas».
Oíd, pues, mujeres, la palabra del SEÑOR,
y reciba vuestro oído la palabra de su boca;
enseñad la lamentación a vuestras hijas
y la endecha cada una a su vecina.
Porque la muerte ha subido por nuestras ventanas,
ha entrado en nuestros palacios,
exterminando a los niños de las calles,
a los jóvenes de las plazas.
Di: Así declara el SEÑOR:
«Los cadáveres de los hombres caerán
como estiércol sobre la faz del campo,
y como gavillas tras el segador,
y no habrá quien las recoja».
Así dice el SEÑOR:
No se gloríe el sabio de su sabiduría,
ni se gloríe el poderoso de su poder,
ni el rico se gloríe de su riqueza;
mas el que se gloríe, gloríese de esto:
de que me entiende y me conoce,
pues yo soy el SEÑOR que hago misericordia,
derecho y justicia en la tierra,
porque en estas cosas me complazco —declara el SEÑOR.
He aquí, vienen días —declara el SEÑOR— en que castigaré a todo el que esté circuncidado solo en la carne: a Egipto, a Judá, a los hijos de Amón, a Moab y a todos los que se rapan las sienes, a los que habitan en el desierto; porque todas las naciones son incircuncisas, y toda la casa de Israel es incircuncisa de corazón.