El SEÑOR nuestro Dios nos habló en Horeb, diciendo: «Bastante habéis permanecido en este monte. Volveos; partid e id a la región montañosa de los amorreos, y a todos sus vecinos, en el Arabá, en la región montañosa, en el valle, en el Neguev, y por la costa del mar, la tierra de los cananeos y el Líbano, hasta el gran río, el río Eufrates. Mirad, he puesto la tierra delante de vosotros; entrad y tomad posesión de la tierra que el SEÑOR juró dar a vuestros padres Abraham, Isaac y Jacob, a ellos y a su descendencia después de ellos».
Y en aquel tiempo os hablé, diciendo: «Yo solo no puedo llevar la carga de todos vosotros. El SEÑOR vuestro Dios os ha multiplicado y he aquí que hoy sois como las estrellas del cielo en multitud. Que el SEÑOR, el Dios de vuestros padres, os multiplique mil veces más de lo que sois y os bendiga, tal como os ha prometido. ¿Cómo puedo yo solo llevar el peso y la carga de vosotros y vuestros litigios? Escoged de entre vuestras tribus hombres sabios, entendidos y expertos, y yo los nombraré como vuestros jefes». Y vosotros me respondisteis, y dijisteis: «Bueno es que se haga lo que has dicho». Entonces tomé a los principales de vuestras tribus, hombres sabios y expertos, y los nombré como dirigentes vuestros, jefes de mil, de cien, de cincuenta, y de diez, y oficiales para vuestras tribus.
Y en aquella ocasión mandé a vuestros jueces, diciendo: «Oíd los pleitos entre vuestros hermanos, y juzgad justamente entre un hombre y su hermano o el forastero que está con él. No mostraréis parcialidad en el juicio; lo mismo oiréis al pequeño que al grande. No tendréis temor del hombre, porque el juicio es de Dios. Y el caso que sea muy difícil para vosotros, me lo traeréis a mí, y yo lo oiré». En aquella misma ocasión os mandé todas las cosas que deberíais hacer.