A pesar de todo, volvieron a pecar; no creyeron en las maravillas de Dios. Por eso Dios puso fin a sus vidas como si fueran un suspiro y en medio de un terror espantoso. Si Dios los hacía morir, entonces lo buscaban; se volvían a él y lo buscaban sin descanso; entonces se acordaban del Dios altísimo que los protegía y los rescataba. Pero con su boca y su lengua le decían hermosas mentiras, pues nunca le fueron sinceros ni fieles a su alianza. Pero Dios tenía compasión, perdonaba su maldad y no los destruía; muchas veces hizo a un lado el enojo y no se dejó llevar por la furia. Dios se acordó de que eran simples hombres; de que eran como el viento, que se va y no vuelve. ¡Cuántas veces desobedecieron a Dios y le causaron dolor en el desierto! Pero volvían a ponerlo a prueba; ¡entristecían al Santo de Israel! No se acordaron de aquel día cuando Dios, con su poder, los salvó del enemigo; cuando en los campos de Soan, en Egipto, hizo cosas grandes y asombrosas; cuando convirtió en sangre los ríos, y los egipcios no pudieron beber de ellos. Mandó sobre ellos tábanos y ranas, que todo lo devoraban y destruían
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