Se hicieron a la mar los comerciantes. Surcaron las aguas con sus barcos, y allí, en alta mar, vieron la creación maravillosa del Señor. A la voz del Señor se desató una tormenta que levantaba grandes olas; eran lanzados hasta el cielo y hundidos hasta el fondo del mar; ¡perdieron el valor ante el peligro! Se tambaleaban como borrachos; ¡de nada les servía su pericia! Pero en su angustia clamaron al Señor, y él los sacó de la aflicción; convirtió en brisa la tempestad, y las olas se calmaron. Al ver tranquilas las olas, se alegraron, y Dios los llevó hasta el puerto deseado. Den gracias al Señor por su amor, ¡por lo que hace en favor de los hombres! ¡Aclámenlo al reunirse el pueblo! ¡Alábenlo en la reunión de ancianos! El Señor convierte ríos y manantiales en desiertos y tierras secas; convierte tierras fértiles en salitrosas, por la maldad de sus habitantes; convierte desiertos en lagunas y tierras secas en manantiales; allí establece a los que tienen hambre, y ellos construyen sus ciudades. Siembran campos, plantan viñedos y recogen cosechas abundantes. Él los bendice, hace que aumenten y que crezca el número de sus ganados. Y si mueren y su número decrece a causa de la opresión, de la desgracia y el dolor, Dios desprecia a los opresores y los hace perderse en desiertos sin camino. Él saca a los pobres de su tristeza; ¡hace crecer sus familias como rebaños! Al ver esto, los hombres honrados se alegran, y los malvados cierran la boca. El que es inteligente, debe tener esto en cuenta y comprender el amor del Señor.
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