Un día los israelitas se pusieron a murmurar contra el Señor debido a las dificultades por las que estaban pasando. Al oírlos, el Señor se enojó mucho y les envió un fuego que incendió los alrededores del campamento. El pueblo gritó pidiendo ayuda a Moisés, y Moisés rogó al Señor por ellos. Entonces el fuego se apagó. Por eso aquel lugar se llamó Taberá, porque allí el fuego del Señor ardió contra ellos. Entre los israelitas se había mezclado gente de toda clase, que solo pensaba en comer. Y los israelitas, dejándose llevar por ellos, se pusieron a llorar y a decir: «¡Ojalá tuviéramos carne para comer! ¡Cómo nos viene a la memoria el pescado que comíamos gratis en Egipto! Y también comíamos pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos. Pero ahora nos estamos muriendo de hambre, y no se ve otra cosa que maná.» (El maná era parecido a la semilla del cilantro; tenía un color amarillento, como el de la resina, y sabía a tortas de harina con aceite. La gente salía a recogerlo, y luego lo molían o machacaban, y lo cocinaban o lo preparaban en forma de panes. Por la noche, cuando caía el rocío sobre el campamento, caía también el maná.)
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