Entonces, entre cuatro, le llevaron un paralítico. Pero como había mucha gente y no podían acercarlo hasta Jesús, quitaron parte del techo de la casa donde él estaba, y por la abertura bajaron al enfermo en la camilla en que estaba acostado. Cuando Jesús vio la fe que tenían, le dijo al enfermo: —Hijo mío, tus pecados quedan perdonados. Algunos maestros de la ley que estaban allí sentados, pensaron: «¿Cómo se atreve este a hablar así? Sus palabras son una ofensa contra Dios. Solo Dios puede perdonar pecados.» Pero Jesús en seguida se dio cuenta de lo que estaban pensando, y les preguntó: —¿Por qué piensan ustedes así? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: “Tus pecados quedan perdonados”, o decirle: “Levántate, toma tu camilla y anda”?
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