Cuando llegó la noche, Jesús estaba a la mesa con los doce discípulos; y mientras comían, les dijo:
—Les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar.
Ellos se pusieron muy tristes, y comenzaron a preguntarle uno tras otro:
—Señor, ¿acaso seré yo?
Jesús les contestó:
—Uno que moja el pan en el mismo plato que yo, va a traicionarme. El Hijo del hombre ha de recorrer el camino que dicen las Escrituras; pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Hubiera sido mejor para él no haber nacido.
Entonces Judas, el que lo estaba traicionando, le preguntó:
—Maestro, ¿acaso seré yo?
—Tú lo has dicho —contestó Jesús.
Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio a los discípulos, diciendo:
—Tomen y coman, esto es mi cuerpo.
Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, diciendo:
—Beban todos ustedes de esta copa, porque esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos para perdón de sus pecados. Pero les digo que no volveré a beber de este producto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre.
Después de cantar los salmos, se fueron al Monte de los Olivos. Y Jesús les dijo:
—Todos ustedes van a perder su fe en mí esta noche. Así lo dicen las Escrituras: “Mataré al pastor, y las ovejas se dispersarán.” Pero cuando yo resucite, los volveré a reunir en Galilea.
Pedro le contestó:
—Aunque todos pierdan su fe en ti, yo no la perderé.
Jesús le dijo:
—Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me negarás tres veces.
Pedro afirmó:
—Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.
Y todos los discípulos decían lo mismo.
Luego fue Jesús con sus discípulos a un lugar llamado Getsemaní, y les dijo:
—Siéntense aquí, mientras yo voy allí a orar.
Y se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a sentirse muy triste y angustiado. Les dijo:
—Siento en mi alma una tristeza de muerte. Quédense ustedes aquí, y permanezcan despiertos conmigo.
En seguida Jesús se fue un poco más adelante, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, y oró diciendo: «Padre mío, si es posible, líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.»
Luego volvió a donde estaban los discípulos, y los encontró dormidos. Le dijo a Pedro:
—¿Ni siquiera una hora pudieron ustedes mantenerse despiertos conmigo? Manténganse despiertos y oren, para que no caigan en tentación. Ustedes tienen buena voluntad, pero son débiles.
Por segunda vez se fue, y oró así: «Padre mío, si no es posible evitar que yo sufra esta prueba, hágase tu voluntad.»
Cuando volvió, encontró otra vez dormidos a los discípulos, porque sus ojos se les cerraban de sueño. Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Entonces regresó a donde estaban los discípulos, y les dijo:
—¿Siguen ustedes durmiendo y descansando? Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levántense, vámonos; ya se acerca el que me traiciona.
Todavía estaba hablando Jesús, cuando Judas, uno de los doce discípulos, llegó acompañado de mucha gente armada con espadas y con palos. Iban de parte de los jefes de los sacerdotes y de los ancianos del pueblo. Judas, el traidor, les había dado una contraseña, diciéndoles: «Al que yo bese, ese es; arréstenlo.» Así que, acercándose a Jesús, dijo:
—¡Buenas noches, Maestro!
Y lo besó. Jesús le contestó:
—Amigo, adelante con tus planes.
Entonces los otros se acercaron, echaron mano a Jesús y lo arrestaron.
En eso, uno de los que estaban con Jesús sacó su espada y le cortó una oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo:
—Guarda tu espada en su lugar. Porque todos los que pelean con la espada, también a espada morirán. ¿No sabes que yo podría rogarle a mi Padre, y él me mandaría ahora mismo más de doce ejércitos de ángeles? Pero en ese caso, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, que dicen que debe suceder así?