Cuando llegó el día en que debían presentarse ante el Señor sus servidores celestiales, se presentó también el ángel acusador entre ellos. El Señor le preguntó: —¿De dónde vienes? Y el acusador contestó: —He andado recorriendo la tierra de un lado a otro. Entonces el Señor le dijo: —¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay nadie en la tierra como él, que me sirva tan fielmente y viva una vida tan recta y sin tacha, cuidando de no hacer mal a nadie. Y aunque tú me hiciste arruinarlo sin motivo alguno, él se mantiene firme en su conducta intachable. Pero el acusador contestó al Señor: —Mientras no lo tocan a uno en su propio pellejo, todo va bien. El hombre está dispuesto a sacrificarlo todo por salvar su vida. Pero tócalo en su propia persona y verás cómo te maldice en tu propia cara. El Señor respondió al acusador: —Está bien, haz con él lo que quieras, con tal de que respetes su vida. El acusador se alejó de la presencia del Señor, y envió sobre Job una terrible enfermedad de la piel que lo cubrió de pies a cabeza.
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