Pero llega la hora, y es ahora mismo, cuando los que de veras adoran al Padre lo harán de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios. Pues el Padre quiere que así lo hagan los que lo adoran. Dios es Espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo de un modo verdadero, conforme al Espíritu de Dios.
La mujer le dijo:
—Yo sé que va a venir el Mesías (es decir, el Cristo); y cuando él venga, nos lo explicará todo.
Jesús le dijo:
—Ese soy yo, el mismo que habla contigo.
En esto llegaron sus discípulos, y se quedaron extrañados de que Jesús estuviera hablando con una mujer. Pero ninguno se atrevió a preguntarle qué quería, o de qué estaba conversando con ella. La mujer dejó su cántaro y se fue al pueblo, donde dijo a la gente:
—Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Mesías?
Entonces salieron del pueblo y fueron a donde estaba Jesús. Mientras tanto, los discípulos le rogaban:
—Maestro, come algo.
Pero él les dijo:
—Yo tengo una comida, que ustedes no conocen.
Los discípulos comenzaron a preguntarse unos a otros:
—¿Será que le habrán traído algo de comer?
Pero Jesús les dijo:
—Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y terminar su trabajo. Ustedes dicen: “Todavía faltan cuatro meses para la cosecha”; pero yo les digo que se fijen en los sembrados, pues ya están maduros para la cosecha. El que trabaja en la cosecha recibe su paga, y la cosecha que recoge es para vida eterna, para que tanto el que siembra como el que cosecha se alegren juntamente. Pues bien dice el dicho, que “Unos siembran y otros cosechan.” Y yo los envié a ustedes a cosechar lo que no les costó ningún trabajo; otros fueron los que trabajaron, y ustedes son los que se han beneficiado del trabajo de ellos.
Muchos de los habitantes de aquel pueblo de Samaria creyeron en Jesús por lo que les había asegurado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho.» Así que, cuando los samaritanos llegaron, rogaron a Jesús que se quedara con ellos. Él se quedó allí dos días, y muchos más creyeron al oír lo que él mismo decía. Y dijeron a la mujer: «Ahora creemos, no solamente por lo que tú nos dijiste, sino también porque nosotros mismos le hemos oído y sabemos que de veras es el Salvador del mundo.»
Pasados esos dos días, Jesús salió de Samaria y siguió su viaje a Galilea. Porque, como él mismo dijo, a un profeta no lo honran en su propia tierra.