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Isaías 1:1-18

Isaías 1:1-18 DHH94I

Profecías que Isaías, hijo de Amós, recibió por revelación acerca de Judá y Jerusalén, durante los reinados de Ozías, Jotam, Ahaz y Ezequías en Judá. Cielo y tierra, escuchen lo que el Señor dice: «Crié hijos hasta que fueron grandes, pero ellos se rebelaron contra mí. El buey reconoce a su dueño y el asno el establo de su amo; pero Israel, mi propio pueblo, no reconoce ni tiene entendimiento.» ¡Ay, gente pecadora, pueblo cargado de maldad, descendencia de malhechores, hijos pervertidos! Se han alejado del Señor, se han apartado del Dios Santo de Israel, lo han abandonado. Ustedes se empeñan en ser rebeldes, y en su cuerpo ya no hay donde castigarlos. Tienen herida toda la cabeza, han perdido las fuerzas por completo. De la punta del pie a la cabeza no hay nada sano en ustedes; todo es heridas, golpes, llagas abiertas; nadie se las ha curado ni vendado, ni les ha calmado los dolores con aceite. Su país ha quedado hecho un desierto, y arden en llamas las ciudades. En la propia cara de ustedes los enemigos se comen lo que ustedes sembraron. Todo ha quedado hecho un desierto, como Sodoma cuando fue destruida. Sión nada más ha quedado en pie, sola cual choza en medio de un viñedo, sola cual cobertizo en medio de un melonar, sola cual ciudad rodeada por el enemigo. Si el Señor todopoderoso no hubiera dejado a unos cuantos de nosotros, ahora mismo estaríamos como Sodoma y Gomorra. Jefes de Sodoma, escuchen la palabra del Señor; pueblo de Gomorra, oye atentamente lo que nuestro Dios te va a enseñar. El Señor dice: «¿Para qué me traen tantos sacrificios? Ya estoy harto de sus holocaustos de carneros y de la grasa de los terneros; me repugna la sangre de los toros, carneros y cabritos. Ustedes vienen a presentarse ante mí, pero ¿quién les pidió que pisotearan mis atrios? No me traigan más ofrendas sin valor; no soporto el humo de ellas. Ustedes llaman al pueblo a celebrar la luna nueva y el sábado, pero yo no soporto las fiestas de gente que practica el mal. Aborrezco sus fiestas de luna nueva y sus reuniones; ¡se me han vuelto tan molestas que ya no las aguanto! Cuando ustedes levantan las manos para orar, yo aparto mis ojos de ustedes; y aunque hacen muchas oraciones, yo no las escucho. Tienen las manos manchadas de sangre. ¡Lávense, límpiense! ¡Aparten de mi vista sus maldades! ¡Dejen de hacer el mal! ¡Aprendan a hacer el bien, esfuércense en hacer lo que es justo, ayuden al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan los derechos de la viuda!» El Señor dice: «Vengan, vamos a discutir este asunto. Aunque sus pecados sean como el rojo más vivo, yo los dejaré blancos como la nieve; aunque sean como tela teñida de púrpura, yo los dejaré blancos como la lana.

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