1 (1b) Dios y pastor nuestro, ¿por qué nos rechazas? ¿Vas a estar siempre enojado con este pueblo que es tu rebaño? ¡No te olvides de nosotros! Hace mucho tiempo nos compraste; somos el pueblo que rescataste para que fuéramos tuyos. ¡No te olvides de Jerusalén, la montaña donde habitas! Ven a ver tu templo: para siempre ha quedado en ruinas; ¡todo lo destruyó el enemigo! En el centro de tu ciudad, tus enemigos rugieron como leones y agitaron victoriosos sus banderas. Como si fueran leñadores, hacha en mano lo derribaron todo; con hachas y martillos destrozaron las paredes talladas en madera. No respetaron tu templo sino que le prendieron fuego. Lo redujeron a cenizas, como a todas las sinagogas del país. Ya no vemos ondear nuestras banderas; ya no hay profetas entre nosotros, ni hay tampoco quien sepa cuánto más debemos aguantar. Dios nuestro, ¿hasta cuándo el enemigo va a seguir ofendiéndote y burlándose de ti? ¡Demuéstrales tu poder! ¡No te quedes allí cruzado de brazos! Desde tiempos antiguos tú has sido nuestro Dios y rey; en repetidas ocasiones nos has dado la victoria. Tú, con tu poder, dividiste el mar en dos; ¡a los monstruos del mar les partiste la cabeza! Tú aplastaste contra el suelo las cabezas del monstruo Leviatán, y con su cuerpo sin vida alimentaste a las fieras. Tú hiciste que brotaran ríos y manantiales, pero también secaste por completo ríos que parecían inagotables. Tuyos son el día y la noche, pues hiciste el sol y la luna; tú fijaste los límites de la tierra, y estableciste las estaciones del año. Dios nuestro, el enemigo se burla de ti; gente malvada te ofende. ¡No se lo perdones! Este pueblo tuyo es frágil como una mariposa; ¡no te olvides de nosotros, ni dejes que nos devoren nuestros feroces enemigos! Acuérdate de tu pacto, porque en todas partes hay violencia. No dejes que avergüencen al pobre y al humilde; haz que tus enemigos te alaben. ¡Vamos, Dios nuestro, defiéndete! Esos malvados no dejan de ofenderte; ¡no se lo perdones! ¡No les perdones a tus enemigos tanto griterío y alboroto!
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