1 (2) ¡Vamos, Dios mío,
dispersa a tus enemigos!
¡Haz que huya de tu presencia
esa gente que te odia!
2 (3) ¡Haz que desaparezcan por completo,
como desaparece el humo
tan pronto como sopla el viento!
¡Haz que esos malvados
se derritan como cera en el fuego!
3 (4) Pero a la gente honrada
permítele alegrarse y hacer fiesta,
y estar feliz en tu presencia.
4 (5) ¡Cantemos himnos a Dios!
¡Sí, cantémosle al que manda la lluvia!
¡Hagamos fiesta en su presencia!
¡Él es el Dios de Israel!
5 (6) Dios, que vive en su santo templo,
cuida a los huérfanos
y defiende a las viudas;
6 (7) les da hogar a los desamparados,
y libertad a los presos;
pero a los que no lo obedecen
les da tierras que nada producen.
7-8 (8-9) Dios mío,
cuando sacaste de Egipto
a tu pueblo Israel
y lo guiaste por el desierto,
tan pronto llegaste al monte Sinaí,
la tierra tembló
y el cielo dejó caer su lluvia.
9 (10) Dios mío, tú
enviaste abundantes lluvias
y nuestras tierras
volvieron a producir.
10 (11) Y en esa tierra vivimos;
en la tierra que, por tu bondad,
preparaste para los pobres.
11 (12) Tú, Dios mío, hablaste,
y miles de mujeres dieron la noticia:
12 (13) «¡Huyen los reyes,
huyen sus ejércitos!»
Las mujeres, en sus casas,
se reparten las riquezas
que le quitaron al enemigo:
13 (14) objetos de plata y de oro.
Pero algunos israelitas
se escondieron entre el ganado.
14 (15) Cuando tú, Dios todopoderoso,
hiciste que los reyes de la tierra
salieran huyendo,
lo alto del monte Salmón
se llenó de nieve.
15 (16) Las montañas de Basán
son montañas muy altas;
las montañas de Basán
son montañas majestuosas.
16 (17) Ustedes, altas montañas,
¿por qué ven con envidia
la montaña que Dios ha elegido
para vivir allí para siempre?
17 (18) Son miles los carros
que Dios usa para la guerra;
en uno de ellos vino del Sinaí
para entrar en su santuario.
18 (19) Cuando tú, Dios y Señor,
subiste a las alturas,
te llevaste contigo a los presos,
y te quedaste a vivir allí.
¡Todo el mundo, hasta los rebeldes,
te dieron muchos regalos!