¡Alabemos a nuestro Dios! ¡Démosle gracias porque él es bueno! ¡Dios nunca deja de amarnos! ¡Nadie es capaz de describir los milagros que Dios ha hecho! ¡Nadie puede alabarlo como él se lo merece! ¡Dios bendice a los que son justos y aman la justicia! Dios, acuérdate de mí cuando muestres tu bondad a tu pueblo; tómame en cuenta cuando vengas a salvarnos. Permíteme cantarte alabanzas en compañía de tu pueblo elegido; ¡permíteme disfrutar de su bienestar y alegría! Nosotros hemos pecado, hemos hecho lo malo; hemos sido muy malvados, como nuestros padres y abuelos. Cuando ellos estaban en Egipto, no tomaron en cuenta tus grandes hechos; no tuvieron presente tu gran amor, y a la orilla del Mar de los Juncos se rebelaron contra ti. Pero tú los salvaste para que vieran tu gran poder y te alabaran. El Mar de los Juncos quedó seco cuando oyó tu reprensión; tú hiciste que nuestros abuelos cruzaran el fondo del mar como si cruzaran el desierto. Sus enemigos los odiaban, pero murieron ahogados en el mar. Tú los libraste de ellos; ¡ningún egipcio quedó con vida! Entonces nuestros padres creyeron en tus promesas y te cantaron alabanzas; pero al poco tiempo se olvidaron de tus hechos y no esperaron a conocer los planes que tenías. Eran tantas sus ganas de comer que allí, en pleno desierto, te pusieron a prueba y te exigieron comida. Y tú los complaciste, pero también les enviaste una enfermedad mortal.
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