Después, Jesús invitó a algunos de sus seguidores para que subieran con él a un cerro. Cuando ya todos estaban juntos, eligió a doce de ellos para que lo acompañaran siempre y para enviarlos a anunciar las buenas noticias. A esos doce los llamó apóstoles y les dio poder para expulsar de la gente a los demonios.
Estos son los doce que eligió: Simón, a quien llamó Pedro; Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, y a quienes llamó Boanerges, que quiere decir «hijos del trueno»; Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el patriota y Judas Iscariote, que después traicionó a Jesús.
Después de esto, Jesús regresó a la casa. Y era tanta la gente que volvió a reunirse, que ni él ni sus discípulos podían siquiera comer. Cuando los familiares de Jesús supieron lo que hacía, fueron para llevárselo, porque decían que se había vuelto loco.
Pero los maestros de la Ley que habían llegado de Jerusalén decían: «Este hombre tiene a Beelzebú, el jefe de los demonios. Solo por el poder que Beelzebú le da, puede expulsarlos.»
Entonces Jesús los llamó y les puso este ejemplo:
«¿Cómo puede Satanás expulsarse a sí mismo? Si los habitantes de un país se pelean entre sí, el país acaba por destruirse. Si los miembros de una familia se pelean unos contra otros, la familia también acabará por destruirse. Y si Satanás lucha contra sí mismo, acabará con su propio reino.
»Si alguien quiere robar todo lo que hay en la casa de un hombre fuerte, primero tiene que atar a ese hombre.
»Les aseguro que Dios le perdonará a la gente cualquier pecado que haga, y todo lo malo que diga; pero jamás perdonará a quien hable en contra del Espíritu Santo. ¡Eso nunca le será perdonado!»
Jesús dijo esto porque los maestros de la Ley pensaban que él tenía un espíritu malo.
Mientras tanto, la madre y los hermanos de Jesús llegaron a la casa donde él estaba, pero prefirieron quedarse afuera y mandarlo a llamar. La gente que estaba sentada alrededor de Jesús le dijo:
—Tu madre, tus hermanos y tus hermanas están allá afuera, y quieren hablar contigo.
Pero Jesús les preguntó:
—¿Quiénes son en verdad mi madre y mis hermanos?
Luego, miró a todos los que estaban sentados a su alrededor y dijo:
—¡Estos son mi madre y mis hermanos! Porque, en verdad, cualquiera que obedece a Dios es mi hermano, mi hermana y mi madre.