Sacerdotes, nuestro poderoso Dios me manda a decirles a ustedes: «Los hijos respetan a sus padres, y los esclavos respetan a sus amos. ¡Pues yo soy su Padre y su Amo, y sin embargo ustedes los sacerdotes no me respetan! ¡Me tratan como si no valiera nada!» Ustedes los sacerdotes se defienden, y preguntan: «¿Por qué nos acusa Dios? ¿Cuándo le hemos faltado al respeto? ¿Cuándo lo hemos ofendido?» Pero el Dios todopoderoso les responde: «Me ofenden cuando desprecian mi altar, cuando me presentan como ofrenda animales impuros, que no valen nada porque están ciegos, cojos y enfermos. ¿No creen que eso está mal? Si esos mismos animales se los ofrecieran a su gobernador, ¡se ofendería y no los aceptaría! »¿Y después de presentarme esa clase de ofrendas, todavía esperan que yo los escuche y les tenga compasión? Pues yo soy el Dios todopoderoso y quiero que les quede claro lo siguiente: ¡Prefiero que se cierren las puertas de mi templo! Ya no me traigan esta clase de ofrendas, porque estoy muy molesto con ustedes y no se las voy a aceptar. »En todas las naciones del mundo hay quienes reconocen mi grandeza, y por eso me presentan ofrendas aceptables. Pero ustedes los sacerdotes hacen todo lo contrario: me faltan al respeto, y desprecian mi altar y las ofrendas que allí se me presentan». Ustedes los sacerdotes se quejan, y dicen
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