Al saber el rey de Jericó que unos israelitas habían llegado esa noche para explorar el país, mandó a decirle a Rahab: —En tu casa hay dos espías. ¡Mándamelos para acá! Pero como ella los había escondido, respondió: —Sí, es verdad. Vinieron unos hombres, pero yo no supe de dónde eran. Salieron al anochecer, antes de que cerraran el portón de la ciudad, y no sé a dónde iban. Si ustedes salen ahora mismo a perseguirlos, seguro que podrán alcanzarlos. La verdad es que Rahab los había llevado a la terraza y los había escondido debajo de unos manojos de lino que allí tenía.
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