Yo, Jeremías, les envié desde Jerusalén una carta a los jefes del país y a los sacerdotes, a los profetas y a todos los que el rey de Babilonia se había llevado prisioneros a su país. Esa carta la envié con Elasá hijo de Safán y con Guemarías hijo de Hilquías. A estos dos el rey Sedequías los había enviado antes a Babilonia, para hablar con el rey de ese país. Cuando yo envié la carta, ya habían sido llevados prisioneros a Babilonia el rey Joaquín, la reina madre, los funcionarios y jefes de Judá, y también los artesanos y los herreros. La carta decía: «Yo, el Dios de Israel, a todos los que llevé a Babilonia: “Ya que están allí, construyan casas y vivan en ellas. Cultiven sus granjas y coman los frutos que allí se den. Cásense y tengan hijos; no dejen que su población disminuya. Asegúrense de que sus hijos e hijas también se casen y tengan hijos. Además, trabajen para que prospere la ciudad. Rueguen por Babilonia, pues si la ciudad prospera, también ustedes prosperarán. ”No se dejen engañar por esos profetas y adivinos que andan entre ustedes, y que usan mi nombre para anunciar sus mentiras. No crean en los sueños que dicen tener. Les aseguro que yo no los he enviado.
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