»¡Bendita seas Jael, esposa de Héber el quenita! ¡Bendita entre todas las mujeres de Israel! Sísara te pidió agua y tú le diste leche para hacerlo caer en un sueño profundo. Con una mano tomaste una estaca, y con la otra, un martillo. De un golpe le aplastaste la cabeza. Sísara se desplomó entre tus piernas. ¡Quedó tendido en el piso!
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