la mujer de su amo se fijó en él, y le propuso: —¡Ven, acuéstate conmigo! En vez de aceptar, José le contestó: —Mi amo confía en mí, y por eso ha dejado todo a mi cargo. Estando yo al frente de todas sus riquezas, él no tiene nada de qué preocuparse. No me ha prohibido nada, y en esta casa nadie tiene más autoridad que yo. Pero usted es su esposa. Tener relaciones sexuales con usted, sería pecar contra Dios. Y aunque todos los días ella le insistía, él la rechazaba. Un día, José entró en la casa para hacer su trabajo. Entonces ella, aprovechando que no había nadie en la casa, lo agarró de la ropa y le exigió: —¡Acuéstate conmigo! Pero José prefirió que le arrebatara la ropa, y salió corriendo de la casa. Entonces ella, al verse con la ropa de José en las manos, llamó a gritos a los sirvientes y les dijo: —¡Miren, este hebreo que trajo mi esposo ha venido a burlarse de nosotros! Se metió aquí y quiso violarme, pero yo me puse a gritar con todas mis fuerzas. En cuanto me oyó gritar y pedir ayuda, salió corriendo ¡y hasta la ropa dejó! Ella guardó la ropa de José hasta que regresara su esposo. Cuando Potifar llegó, ella le contó la misma historia: «Ese esclavo hebreo que nos trajiste quiso violarme. Pero en cuanto empecé a gritar pidiendo ayuda, dejó su ropa junto a mí y salió corriendo de la casa». Al oír Potifar las quejas de su esposa, se enojó mucho. Entonces agarró a José y lo metió en la cárcel, donde estaban los presos del rey. Pero aun en la cárcel Dios siguió ayudando a José y dándole muestras de su amor, pues hizo que el carcelero lo tratara bien. Y así, el carcelero puso a José a cargo de todos los presos y de todos los trabajos que allí se hacían. El carcelero no tenía que vigilarlo, porque Dios ayudaba a José y hacía que todo le saliera bien.
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