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Génesis 18:5-33

Génesis 18:5-33 TLA

Voy a traerles también un poco de pan, para que recobren las fuerzas y puedan seguir su camino. ¡Esta es su casa, y estoy para servirles! Los tres visitantes le contestaron: —Está muy bien. Haz todo lo que dijiste. Abraham entró corriendo a la tienda donde estaba Sara, y le dijo: «¡Date prisa! Toma unos veinte kilos de la mejor harina, y ponte a hacer pan». Luego fue al corral, tomó el más gordo de sus terneros, y se lo dio a un sirviente para que lo preparara enseguida. Además del ternero, Abraham les ofreció a sus invitados mantequilla y leche. Mientras ellos comían, Abraham se quedó de pie bajo un árbol, atento para servirles. Los visitantes le preguntaron: —¿Y dónde está tu esposa? Abraham les respondió: —Está dentro de la tienda. Uno de ellos le dijo: —El año que viene volveré a visitarte, y para entonces tu esposa ya será madre de un hijo. Sara estaba a la entrada de la tienda, detrás de Abraham, escuchando lo que decían. Abraham y Sara ya eran muy ancianos, y Sara no estaba ya en edad de tener hijos, así que ella se rio y dijo entre dientes: «Eso sería muy bonito, pero mi esposo y yo estamos muy viejos para tener un hijo». Entonces Dios le dijo a Abraham: —¿De qué se ríe Sara? ¿Acaso no cree que puede ser madre, a pesar de su edad? ¿Hay algo que yo no pueda hacer? El año que viene, por estos días, volveré a visitarte, y para entonces Sara ya será madre. Al oír esto, Sara sintió miedo. Por eso mintió y aseguró: —No me estaba riendo. Sin embargo, Dios le dijo: —Yo sé bien que te reíste. Los visitantes se levantaron para seguir su camino a la ciudad de Sodoma. Abraham los acompañó por un rato para despedirlos. Pero Dios pensó: «No puedo ocultarle a Abraham lo que voy a hacer, porque sus descendientes formarán una nación grande y poderosa. Por medio de ellos todas las naciones de la tierra van a ser bendecidas. Para eso lo elegí, para que les ordene a sus hijos y a toda su familia que me obedezcan, y que hagan lo que es bueno y justo. Si Abraham lo hace así, yo cumpliré con todo lo que le he prometido». Entonces Dios le dijo a Abraham: —Ya son muchas las quejas que hay en contra de Sodoma y Gomorra. Ya es mucho lo que han pecado. Iré allá y veré con mis propios ojos si es verdad todo lo que me han dicho. Los visitantes de Abraham se apartaron de allí y se fueron a Sodoma. Sin embargo, Abraham se quedó ante Dios, y acercándose a él le dijo: —No me digas que vas a matar a los buenos junto con los malos. Supongamos que en la ciudad se encuentran cincuenta personas buenas. ¿No perdonarías, por esas cincuenta personas, a todos los que allí viven? ¡Tú eres el juez de toda la tierra! ¡Tú no puedes matar a los que hacen lo bueno junto con los que hacen lo malo! ¡Tú eres un Dios justo! Y Dios le contestó: —Si encuentro en Sodoma cincuenta personas buenas, por ellas perdonaré a toda la ciudad. Pero Abraham volvió a decir: —Dios mío, perdona mi atrevimiento de hablar contigo, pues ante ti no soy nada. Pero, ¿qué pasará si en toda la ciudad solo hay cuarenta y cinco personas buenas? ¿Destruirás de todos modos la ciudad? Dios respondió: —Si encuentro esas cuarenta y cinco personas, no la destruiré. Una vez más, Abraham dijo: —¿Y qué tal si solo encuentras cuarenta? Dios le aseguró: —Por esos cuarenta, no destruiré la ciudad. Pero Abraham insistió: —Dios mío, no te enojes conmigo si sigo hablando; pero, ¿qué pasará si no hay más que treinta personas buenas? Y Dios le dijo: —Si encuentro esas treinta personas, no destruiré la ciudad. Abraham volvió a insistir: —Dios mío, realmente soy muy atrevido, pero ¿si solo se encuentran veinte? Dios respondió: —Hasta por esos veinte, no destruiré la ciudad. De nuevo dijo Abraham: —Yo te ruego, Dios mío, que no te enojes conmigo, pero solo insistiré una vez más. ¿Y qué tal si solo se encuentran diez? Y Dios le aseguró: —Por esos diez, no destruiré la ciudad. Luego de hablar con Abraham, Dios se fue de allí. Abraham, por su parte, regresó a su tienda de campaña.