»Si algún israelita, hombre o mujer, se vende a sí mismo como esclavo, no se le podrá obligar a trabajar más de seis años. Cuando llegue el séptimo año se le dejará en libertad. Además, el que lo haya comprado, deberá compartir con él las bendiciones que Dios le haya dado. Para que no se vaya con las manos vacías, deberá darle parte del ganado, del trigo y del vino que tenga. Jamás olviden que también ustedes fueron esclavos en Egipto, y que Dios les dio libertad. Por eso les doy esta orden. »Si el esclavo o la esclava recibe buen trato, y por amor a su amo y a su familia no acepta su libertad, entonces el amo le hará un pequeño hueco en la oreja. Eso indicará que el esclavo o la esclava le pertenece para siempre. »No se enojen cuando tengan que dejar en libertad a sus esclavos. Después de todo, ellos han trabajado para ustedes durante seis años, y ustedes les han pagado solo la mitad de lo que gana cualquier trabajador. Cumplan con esto, y Dios los bendecirá en todo lo que hagan. »Cuando sus vacas o sus ovejas tengan crías, deberán apartar para Dios todos los animales machos que nazcan primero. No deberán poner a trabajar al primer ternero de sus vacas, ni quitarle la lana al primer cordero de sus ovejas, pues esos animales le pertenecen a Dios. »Cada año tomarán esos animales y los comerán durante una ceremonia especial, la cual celebrarán en el santuario junto con sus familias. No le ofrezcan a Dios ningún animal que tenga un defecto físico, o esté cojo o ciego. Los animales así no tendrán que llevarlos al santuario, sino que deberán comerlos en su ciudad. Aunque ustedes no estén preparados ni puros, todos podrán comer de esos animales. Harán lo mismo que cuando se trata de una gacela o de un venado. Lo único que no deben comer es la sangre de esos animales; deberán dejar que se escurra sobre el suelo.»
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