Pero los apóstoles se pusieron de pie, y con fuerte voz Pedro dijo:
«Israelitas y habitantes de Jerusalén, escuchen bien lo que les voy a decir. Se equivocan si creen que estamos borrachos. ¡Apenas son las nueve de la mañana! Lo que pasa es que hoy Dios ha cumplido lo que nos prometió, cuando por medio del profeta Joel dijo:
“En los últimos tiempos
les daré a todos de mi Espíritu:
hombres y mujeres hablarán de parte mía;
a los jóvenes les hablaré en visiones
y a los ancianos, en sueños.
”También en esos tiempos
les daré de mi Espíritu
a los esclavos y a las esclavas,
para que hablen en mi nombre.
”Daré muestras de mi poder
en el cielo y en la tierra:
habrá sangre, fuego y humo.
El sol dejará de alumbrar,
y la luna se pondrá roja,
como si estuviera bañada en sangre.
”Esto pasará antes de que llegue
el maravilloso día
en que juzgaré a este mundo.
Pero yo salvaré a todos
los que me reconozcan como su Dios.”
»Escúchenme bien, porque voy a hablarles de Jesús, el que vivía en Nazaret. Todos nosotros sabemos que Dios lo envió. También sabemos que Dios le dio grandes poderes, porque lo vimos hacer grandes maravillas y señales.
»Desde el principio, Dios había decidido que Jesús sufriera, y que fuera entregado a sus enemigos. Ustedes lo ataron y lo entregaron a los romanos, para que lo mataran. ¡Pero Dios hizo que Jesús resucitara! ¡Y es que la muerte no tenía ningún poder sobre él! Hace mucho tiempo, el rey David dijo lo siguiente acerca de Jesús:
“Yo siempre te tengo presente;
si tú estás a mi lado,
nada me hará caer.
Por eso estoy muy contento,
por eso canto de alegría,
por eso vivo confiado.
”¡Tú no me dejarás morir
ni me abandonarás en el sepulcro,
pues soy tu fiel servidor!
Tú me enseñaste a vivir
como a ti te gusta.
Contigo a mi lado
soy verdaderamente feliz.”
»Amigos israelitas, hablemos claro. Cuando David murió, fue enterrado, y todos sabemos dónde está su tumba. Y como David era profeta, Dios le prometió que un familiar suyo sería rey de Israel.
»David sabía que Dios cumpliría su promesa. Por eso dijo que el Mesías no moriría para siempre, sino que resucitaría. Todos nosotros somos testigos de que Dios resucitó a Jesús, y de que luego lo llevó al cielo y lo sentó a su derecha.
»Dios le dio a Jesús el Espíritu Santo. Y ahora Jesús nos ha dado ese mismo Espíritu, pues nos lo había prometido. ¡Y esto es lo que ustedes están viendo y oyendo!
»Sabemos que quien subió al cielo no fue David, pues él mismo dice:
“Dios le dijo a mi Señor el Mesías:
‘Siéntate a la derecha de mi trono
hasta que yo derrote a tus enemigos.’”
»Israelitas, ustedes tienen que reconocer, de una vez por todas, que a este mismo Jesús, a quien ustedes mataron en una cruz, Dios le ha dado poder y autoridad sobre toda la humanidad.»
Todos los que oyeron estas palabras se pusieron muy tristes y preocupados. Entonces les preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles:
—Amigos israelitas, ¿y qué debemos hacer?
Pedro les contestó:
—Pídanle perdón a Dios, vuelvan a obedecerlo, y dejen que nosotros los bauticemos en el nombre de Jesucristo. Así Dios los perdonará y les dará el Espíritu Santo. Esta promesa es para ustedes y para sus hijos, y para todos los que nuestro Dios quiera salvar en otras partes del mundo.
Pedro siguió hablando a la gente con mucho entusiasmo. Les dijo: «Sálvense del castigo que les espera a todos los malvados.»
Ese día, unas tres mil personas creyeron en el mensaje de Pedro. Tan pronto como los apóstoles los bautizaron, todas esas personas se unieron al grupo de los seguidores de Jesús