Una noche Saúl se disfrazó y, acompañado por dos de sus hombres, se fue a ver a esa mujer. Cuando llegó, le dijo:
—Quiero que llames al espíritu de un muerto. Necesito preguntarle algo.
La mujer respondió:
—Tú bien sabes que Saúl ha expulsado de Israel a todos los adivinos y espiritistas. Si hago lo que me pides, con toda seguridad me matarán.
—Te juro por Dios —le aseguró Saúl— que nadie te castigará si haces lo que te pido.
Ella preguntó:
—¿Quién quieres que se te aparezca?
—Llama a Samuel —le contestó Saúl.
La mujer obedeció. Pero cuando vio aparecer a Samuel, lanzó un fuerte grito y le dijo a Saúl:
—¡Usted es Saúl! ¿Por qué me engañó?
—No tengas miedo —le aseguró el rey—. ¡Dime lo que ves!
Ella le dijo:
—Veo a un espíritu que sube del fondo de la tierra.
—¿Y cómo es él? —le preguntó Saúl.
—Es un anciano vestido con una capa —respondió ella.
Al darse cuenta Saúl de que se trataba de Samuel, se inclinó de cara al suelo. Samuel le preguntó:
—Saúl, ¿por qué me llamaste? ¿Por qué no me dejas descansar?
—Estoy desesperado —contestó Saúl—. Los filisteos me hacen la guerra, y Dios me ha abandonado. Ya no me responde, ni en sueños ni por medio de profetas. Por eso te he llamado, para que me digas qué debo hacer.
Y Samuel le dijo:
—Si Dios te ha abandonado, y ahora es tu enemigo, ¿para qué me consultas?
»Dios está haciendo contigo lo que ya te había dicho yo que iba a hacer. Por haberlo desobedecido y no haber matado a todos los amalecitas, Dios te ha quitado el reino y se lo ha dado a David.
»Además, los filisteos vencerán mañana a los israelitas, y tú y tus hijos morirán y vendrán a hacerme compañía.
Al oír estas palabras de Samuel, Saúl sintió mucho miedo y se desmayó. Las fuerzas le faltaron, pues no había comido nada en todo el día.
La mujer se acercó a Saúl y, al verlo tan espantado, le dijo:
—Yo solo hice lo que usted me pidió, pues estoy para servirle. Por obedecerlo, he arriesgado mi vida. Pero aunque solo soy su sirvienta, yo le ruego que me haga caso y se coma este pedazo de pan. Se lo he traído a usted, para que tenga fuerzas para el regreso.
Saúl no quería comer nada, pero ante la insistencia de la mujer y de sus ayudantes, se levantó del suelo y se sentó en la cama.
La mujer mató un ternero gordo que tenía en su casa, preparó unos panes, y se los llevó a Saúl y a sus ayudantes. Todos ellos comieron, y esa misma noche se fueron de allí.