Estoy seguro, hermanos míos, de que ustedes mismos están llenos de bondad y de todo conocimiento, de tal manera que pueden amonestarse unos a otros. Pero les he escrito con toda franqueza, como para hacerles recordar, por la gracia que Dios me ha dado, para ser ministro de Jesucristo a los no judíos y ministrarles el evangelio de Dios, para que ellos sean una ofrenda agradable a Dios, santificada por el Espíritu Santo. Tengo, pues, de qué gloriarme en Cristo Jesús en lo que a Dios se refiere. Porque no me atrevería a contar sino lo que, de palabra y obra, Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los no judíos; y esto mediante poderosas señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios, de tal manera que desde Jerusalén y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo. Fue así como me esforcé por predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiera sido anunciado, para no edificar sobre fundamento ajeno, sino, como está escrito: «Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él, verán; y los que nunca han oído de él, entenderán.» Por esto muchas veces no me ha sido posible ir a visitarlos
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