Yo enviaré a dos testigos míos, vestidos de cilicio, a que profeticen durante mil doscientos sesenta días.» Estos testigos son los dos olivos y los dos candeleros que permanecen delante del Señor de la tierra. Si alguien quiere dañarlos, de su boca sale un fuego que consume a sus enemigos; cualquiera que quiera hacerles daño morirá de esa manera. Ellos tienen poder para cerrar el cielo e impedir que llueva durante los días de su profecía; tienen también poder para convertir el agua en sangre, y para azotar la tierra con toda clase de plagas, todas las veces que quieran. Cuando terminen de dar su testimonio, la bestia que sube del abismo luchará contra ellos y los vencerá, y les dará muerte. Sus cadáveres quedarán tendidos en las calles de la gran ciudad, la que en sentido espiritual se llama Sodoma, y también Egipto, donde el Señor de ellos fue crucificado. Y durante tres días y medio gente de distintos pueblos, tribus, lenguas y naciones verá sus cadáveres, y no permitirá que sean sepultados. Los habitantes de la tierra se alegrarán de la muerte de estos dos profetas; la celebrarán y hasta se harán regalos unos a otros, porque estos dos los habían estado atormentando. Después de tres días y medio, entró en ellos el espíritu de vida enviado por Dios, y se pusieron de pie, y todos los que los vieron se llenaron de temor. Entonces los dos testigos oyeron una fuerte voz del cielo, que les decía: «Suban acá.» Y ellos subieron al cielo en una nube, y sus enemigos los vieron. En ese momento hubo un gran terremoto, y a causa del terremoto se derrumbó la décima parte de la ciudad y murieron siete mil personas. Los demás se llenaron de terror y dieron gloria al Dios del cielo.
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