Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde hubo tinieblas sobre toda la tierra,
y a las tres de la tarde Jesús clamó a gran voz: «Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?», que significa «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?»
Al oírlo, algunos de los que estaban allí decían: «Escuchen, está llamando a Elías.»
Uno de ellos corrió a empapar en vinagre una esponja, la puso en una caña, y le dio a beber, al tiempo que decía: «Déjenlo, veamos si Elías viene a bajarlo.»
Pero Jesús lanzó un fuerte grito y murió.
En ese momento el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo,
y el centurión que estaba frente a él, al verlo morir así, dijo: «En verdad, este hombre era Hijo de Dios.»
Algunas mujeres estaban allí, mirando de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la que era madre de Jacobo el menor y de José, y Salomé.
Ellas habían seguido y atendido a Jesús cuando él estaba en Galilea. Pero había también otras muchas mujeres, que habían ido con él a Jerusalén.
Al caer la tarde del día de la preparación, es decir, la víspera del día de reposo,
José de Arimatea fue y con mucha osadía se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Este José era un miembro importante del tribunal, y también esperaba el reino de Dios.
Pilato se sorprendió al saber que Jesús ya había muerto, así que mandó llamar al centurión y le preguntó si, en efecto, Jesús ya había muerto.
Luego de que el centurión le confirmó la noticia, Pilato entregó a José el cuerpo de Jesús.
José fue y bajó de la cruz el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana que había comprado, y lo puso en un sepulcro que estaba cavado en una peña. Luego, hizo rodar una piedra para sellar la entrada del sepulcro.
Mientras tanto, María Magdalena y María la madre de José miraban dónde ponían el cuerpo.