Cuando Jesús vio a la multitud, subió al monte y se sentó. Entonces sus discípulos se le acercaron, y él comenzó a enseñarles diciendo: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. »Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. »Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. »Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. »Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos serán tratados con misericordia. »Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. »Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. »Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. »Bienaventurados serán ustedes cuando por mi causa los insulten y persigan, y mientan y digan contra ustedes toda clase de mal. Gócense y alégrense, porque en los cielos ya tienen ustedes un gran galardón; pues así persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes. »Ustedes son la sal de la tierra, pero si la sal pierde su sabor, ¿cómo volverá a ser salada? Ya no servirá para nada, sino para ser arrojada a la calle y pisoteada por la gente. »Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.
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