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San Lucas 8:37-56

San Lucas 8:37-56 RVC

Entonces toda la gente de la región de los gerasenos le rogó a Jesús que se alejara de ellos, pues tenían mucho miedo. Así que Jesús entró en la barca y se fue. El hombre de quien habían salido los demonios le rogaba que lo dejara estar con él, pero Jesús lo despidió y le dijo: «Vuelve a tu casa, y cuenta allí todo lo que Dios ha hecho contigo.» Entonces el hombre se fue y contó por toda la ciudad lo que Jesús había hecho con él. Cuando Jesús regresó, la multitud lo recibió con alegría, pues todos lo estaban esperando. Llegó entonces un hombre llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga. Este hombre se arrojó a los pies de Jesús y le rogó que fuera a su casa, pues su única hija, que tenía como doce años, se estaba muriendo. Mientras Jesús se dirigía a la casa de Jairo, la multitud lo apretujaba. Una mujer, que hacía doce años padecía de hemorragias y había gastado en médicos todo lo que tenía, sin que ninguno hubiera podido curarla, se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto. Al instante, su hemorragia se detuvo. Entonces Jesús dijo: «¿Quién me ha tocado?» Todos negaban haberlo tocado, así que Pedro y los que estaban con él le dijeron: «Maestro, son muchos los que te aprietan y te oprimen.» Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado. Yo sé bien que de mí ha salido poder.» Cuando la mujer se vio descubierta, se acercó temblorosa y se arrojó a los pies de Jesús, y delante de todo el pueblo le contó por qué lo había tocado, y cómo al instante había sido sanada. Entonces Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha sanado. Ve en paz.» Mientras Jesús hablaba, alguien de la casa del jefe de la sinagoga llegó a decirle: «Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro.» Cuando Jesús oyó esto, le dijo: «No temas. Solo debes creer, y tu hija será sanada.» Jesús entró en la casa y no dejó que nadie entrara con él, excepto Pedro, Jacobo y Juan, y los padres de la niña. Todos estaban llorando y se lamentaban por ella. Pero él les dijo: «No lloren, que no está muerta, sino dormida.» La gente se burlaba de él, pues sabían que la niña estaba muerta; pero él la tomó de la mano, y con fuerte voz le dijo: «Niña, ¡levántate!» La niña volvió a la vida, y enseguida se levantó, y Jesús mandó que le dieran de comer. Sus padres estaban atónitos, pero Jesús les mandó que no dijeran a nadie lo que había sucedido.