Juan fue entonces por toda la región cercana al Jordán, y predicaba el bautismo de arrepentimiento para el perdón de pecados,
tal y como está escrito en el libro del profeta Isaías:
«Una voz clama en el desierto:
Preparen el camino del Señor
y enderecen sus sendas.
Todo valle será rellenado,
y todo monte y colina será nivelado.
Los caminos torcidos serán enderezados,
las sendas dispares serán allanadas,
y todos verán la salvación de Dios.»
A las multitudes que acudían para ser bautizadas, Juan les decía: «¡Generación de víboras! ¿Quién les enseñó a huir de la ira venidera?
Produzcan frutos dignos de arrepentimiento, y no comiencen a decirse: “Tenemos a Abrahán por padre”, porque yo les digo que aun de estas piedras Dios puede levantar hijos a Abrahán.
El hacha ya está lista para derribar de raíz a los árboles; por tanto, todo árbol que no dé buen fruto será cortado y echado en el fuego.»
La gente le preguntaba: «Entonces, ¿qué debemos hacer?»
Y Juan les respondía: «El que tenga dos túnicas, comparta una con el que no tiene ninguna, y el que tenga comida, haga lo mismo.»
También unos cobradores de impuestos llegaron para ser bautizados, y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?»
Él les dijo: «No cobren más de lo que deban cobrar.»
Unos soldados también le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?» Y Juan les respondió: «No extorsionen ni calumnien a nadie, y confórmense con su salario.»
Como el pueblo estaba expectante y todos se preguntaban si acaso Juan sería el Cristo,
Juan les dijo a todos: «A decir verdad, yo los bautizo en agua, pero después de mí viene uno que es más poderoso que yo, y de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado. Él los bautizará en Espíritu Santo y fuego.
Ya tiene el bieldo en la mano, de modo que limpiará su era; recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en un fuego que nunca se apagará.»
Con exhortaciones como estas, y con muchas otras, anunciaba al pueblo estas buenas noticias.