Desde Sitín, Josué hijo de Nun envió en secreto a dos espías, y les dijo: «Vayan y hagan un reconocimiento de esas tierras, y de la ciudad de Jericó.» Ellos fueron y entraron en casa de una ramera, de nombre Rajab, y allí pasaron la noche. Pero alguien los vio, y fue a darle aviso al rey. Le dijo: «Debes saber que unos israelitas han llegado esta noche para espiar nuestra tierra.» Entonces el rey mandó a decir a Rajab: «Saca a los hombres que han llegado a tu casa, pues han venido a espiar nuestras tierras.» Pero ella había escondido ya a los dos hombres, y respondió: «Es verdad que unos hombres vinieron a mi casa, pero no me enteré de dónde eran. Como ya era de noche, esos hombres salieron cuando ya se iba a cerrar la puerta de la ciudad, y no sé a dónde se fueron. Si van tras ellos, tal vez los alcancen.» Pero ella les había dicho a los espías que subieran a la azotea, y los había escondido entre los manojos de lino que allí había. Sus perseguidores se fueron por el camino del Jordán, hasta los vados, y en cuanto salieron de la ciudad cerraron la puerta. Antes de que los espías se durmieran, la mujer subió a la azotea y les dijo: «Yo sé que el Señor les ha dado esta tierra. Todos los habitantes del país les tienen miedo. Por causa de ustedes están tan atemorizados, que su ánimo está por los suelos.
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