Jesús le dijo: «Créeme, mujer, que viene la hora cuando ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre.
Ustedes adoran lo que no saben; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos.
Pero viene la hora, y ya llegó, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre busca que lo adoren tales adoradores.
Dios es Espíritu; y es necesario que los que lo adoran, lo adoren en espíritu y en verdad.»
Le dijo la mujer: «Yo sé que el Mesías, llamado el Cristo, ha de venir; y que cuando él venga nos explicará todas las cosas.»
Jesús le dijo: «Yo soy, el que habla contigo.»
En esto vinieron sus discípulos, y se asombraron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno le dijo: «¿Qué pretendes? ¿O de qué hablas con ella?»
La mujer dejó entonces su cántaro y fue a la ciudad, y les dijo a los hombres:
«Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?»
Entonces ellos salieron de la ciudad, y fueron a donde estaba Jesús.
Mientras tanto, con ruegos los discípulos le decían: «Rabí, come.»
Pero él les dijo: «Para comer, yo tengo una comida que ustedes no conocen.»
Los discípulos se decían unos a otros: «¿Alguien le habrá traído algo para comer?»
Jesús les dijo: «Mi comida es hacer la voluntad del que me envió, y llevar a cabo su obra.
¿Acaso no dicen ustedes: “Aún faltan cuatro meses para el tiempo de la siega”? Pues yo les digo: Alcen los ojos, y miren los campos, porque ya están blancos para la siega.
Y el que siega recibe su salario y recoge fruto para vida eterna, para que se alegren por igual el que siembra y el que siega.
Porque en este caso es verdad lo que dice el dicho: “Uno es el que siembra, y otro es el que siega.”
Yo los he enviado a segar lo que ustedes no cultivaron; otros cultivaron, y ustedes se han beneficiado de sus trabajos.»
Muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que en su testimonio decía: «Él me dijo todo lo que he hecho.»
Entonces los samaritanos fueron adonde él estaba, y le rogaron que se quedara con ellos; y él se quedó allí dos días.
Y muchos más creyeron por la palabra de él,
y decían a la mujer: «Ya no creemos solamente por lo que has dicho, pues nosotros mismos hemos oído, y sabemos, que este es verdaderamente el Salvador del mundo.»
Dos días después, Jesús salió de allí y fue a Galilea;
y es que Jesús mismo hizo constar que el profeta no tiene honra en su propia tierra.
Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron, pues habían visto todo lo que él había hecho durante la fiesta en Jerusalén; pues también ellos habían ido a la fiesta.
Jesús fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. En Cafarnaún había un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo.
Cuando este supo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo y le rogó que bajara y sanara a su hijo, que estaba a punto de morir.
Jesús le dijo: «Si ustedes no ven señales y prodigios, no creen.»
El oficial del rey le dijo: «Señor, ven a mi casa antes de que mi hijo muera.»
Jesús le dijo: «Vuelve a tu casa, que tu hijo vive.» Y ese hombre creyó en lo que Jesús le dijo, y se fue.
Cuando volvía a su casa, sus siervos salieron a recibirlo y le dieron la noticia: «¡Tu hijo vive!»
Él les preguntó a qué hora había comenzado a estar mejor. Y le dijeron: «Ayer, a la una de la tarde, lo dejó la fiebre.»
El padre entendió entonces que aquella era la hora en que Jesús le había dicho «Tu hijo vive», y creyó, lo mismo que toda su familia.
Esta segunda señal la hizo Jesús cuando fue de Judea a Galilea.