Y aquella noche el Señor le dijo a Gedeón: «Levántate y ataca el campamento madianita, porque yo los he entregado en tus manos. Si tienes miedo de ir, que te acompañe Fura, tu criado. En cuanto oigas lo que dicen los madianitas, ármate de valor y atácalos.» Acompañado de Fura, su criado, Gedeón llegó hasta los puestos avanzados de la gente armada que estaba en el campamento. Los madianitas, los amalecitas y los hijos del oriente se habían extendido por el valle como una plaga de langostas. Sus camellos eran tantos como la arena del mar. Cuando Gedeón llegó al campamento, un hombre le contaba a su compañero lo que había soñado. Le decía: «Tuve un sueño, en el que veía que un pan de cebada venía rodando hasta el campamento de Madián, y cuando llegó, golpeó tan fuerte la tienda de campaña, que la derribó.» Y su compañero le respondió: «Esto no es sino la espada de Gedeón hijo de Joás, el israelita. ¡Dios ha puesto en sus manos a los madianitas y a todo su campamento!» Al oír Gedeón el sueño y su interpretación, adoró al Señor; luego regresó a su campamento, y dijo: «¡Arriba todo el mundo! ¡El Señor ha puesto a los madianitas en nuestras manos!»
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