Ese día, el renuevo del Señor será de gloria y hermosura, y el fruto de la tierra será de honra y grandeza para los sobrevivientes de Israel. Sucederá que quien se quede en Sión, y quien sea dejado en Jerusalén, será llamado santo; es decir, todos los que estén con vida y registrados en Jerusalén. Cuando el Señor lave las impurezas de las hijas de Sión, y con el soplo abrasador de su justicia limpie la sangre que hay en medio de Jerusalén, creará una nube oscura durante el día, y un fuego flamígero y resplandeciente durante la noche, para cubrir todo lugar en el monte Sión y en donde haya reuniones. Y sobre todo esto estará la gloria del Señor. Además, habrá un resguardo, una sombra contra el calor del día, para guarecerse de la lluvia y del aluvión.
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