Levanten, pues, las manos caídas y las rodillas entumecidas;
enderecen las sendas por donde van, para que no se desvíen los cojos, sino que sean sanados.
Procuren vivir en paz con todos, y en santidad, sin la cual nadie verá al Señor.
Tengan cuidado. No vayan a perderse la gracia de Dios; no dejen brotar ninguna raíz de amargura, pues podría estorbarles y hacer que muchos se contaminen con ella.
Que no haya entre ustedes ningún libertino ni profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura.
Ya ustedes saben que después, aunque deseaba heredar la bendición, fue rechazado y no tuvo ya la oportunidad de arrepentirse, aun cuando con lágrimas buscó la bendición.
Ustedes no se han acercado a aquel monte que se podía tocar y que ardía en llamas, ni tampoco a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad,
ni al sonido de la trompeta, ni a la voz que hablaba, y que quienes la oyeron rogaban que no les hablara más
porque no podían sobrellevar lo que se les ordenaba: «Incluso si una bestia toca el monte, será apedreada o atravesada con una lanza».
Lo que se veía era tan terrible, que Moisés dijo: «Estoy temblando de miedo».
Ustedes, por el contrario, se han acercado al monte Sión, a la celestial Jerusalén, ciudad del Dios vivo, y a una incontable muchedumbre de ángeles,
a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios, el Juez de todos, a los espíritus de los justos que han sido hechos perfectos,
a Jesús, el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.
Tengan cuidado de no desechar al que habla. Si no escaparon los que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos escaparemos nosotros si desechamos al que amonesta desde los cielos.
En aquella ocasión, la voz de Dios sacudió la tierra, pero ahora ha prometido: «Una vez más sacudiré no solo la tierra, sino también el cielo.»
Y esta frase, «Una vez más», significa que las cosas movibles, es decir, las cosas hechas, serán removidas para que permanezcan las inconmovibles.
Así que nosotros, que hemos recibido un reino inconmovible, debemos ser agradecidos y, con esa misma gratitud, servir a Dios y agradarle con temor y reverencia.
Porque nuestro Dios es un fuego que todo lo consume.