Pues no será así. Vayan ahora ustedes los varones, y sirvan al Señor, ya que eso es lo que pidieron.»
Y los echaron fuera de la presencia del faraón.
Entonces el Señor le dijo a Moisés:
«Extiende tu mano sobre la tierra de Egipto, para que vengan las langostas y cubran todo el país, y acaben con todo lo que dejó el granizo.»
Y Moisés extendió su vara sobre la tierra de Egipto, y el Señor hizo que todo ese día y toda esa noche soplara sobre el país un viento del oriente; y cuando llegó la mañana, con ese viento del oriente llegaron las langostas.
Y se extendieron y se plantaron por todo Egipto. Vinieron en tal cantidad, que nunca antes sucedió algo así, ni sucederá después.
De tal manera cubrieron la superficie del país, que se oscureció la tierra. Arrasaron con toda la hierba del campo, y con todos los frutos que el granizo había dejado en los árboles. En toda la tierra de Egipto no quedó nada verde en los árboles ni en la hierba del campo.
El faraón se apresuró a llamar a Moisés y a Aarón, y les dijo:
«He pecado contra el Señor su Dios, y contra ustedes.
Pero les ruego que, solo por esta vez, perdonen mi pecado y pidan al Señor su Dios que quite de mí al menos esta plaga mortal.»
Y Moisés salió de la presencia del faraón, y oró al Señor.
Entonces el Señor trajo de occidente un viento muy fuerte, y barrió con las langostas y las arrojó al Mar Rojo. ¡Ni una sola langosta quedó en todo Egipto!
Pero el Señor endureció el corazón del faraón, y este no dejó ir a los hijos de Israel.
El Señor le dijo a Moisés:
«Extiende tu mano hacia el cielo, para que todo Egipto se cubra de tinieblas tan densas que hasta se puedan tocar.»
Y Moisés extendió su mano hacia el cielo, y durante tres días todo Egipto se cubrió de densas tinieblas.
En esos tres días, nadie pudo ver a su vecino, ni nadie se movió de su sitio; en cambio, todos los hijos de Israel tenían luz en sus casas.
Entonces el faraón mandó llamar a Moisés, y le dijo:
«Vayan a servir al Señor, y lleven con ustedes a sus niños, con tal de que dejen aquí a sus ovejas y sus vacas.»
Pero Moisés respondió:
«¡Pues hasta tú vas a darnos los animales que debemos ofrecer al Señor nuestro Dios como sacrificio y holocausto!
También nuestros ganados irán con nosotros. No se quedará aquí ni una sola pezuña, pues tenemos que tomar de nuestros animales para servir al Señor nuestro Dios, y no sabremos cómo debemos servirle hasta que lleguemos allá.»
Pero el Señor endureció el corazón del faraón, y este no quiso dejarlos ir;
al contrario, el faraón le dijo a Moisés:
«¡Aléjate de mí! ¡Y ten cuidado de no volver a verme! Porque si algún día vuelves a verme, morirás.»
Y Moisés le respondió:
«Tal y como lo has dicho, ¡nunca más volveré a verte!»