Por tanto, ¡cuidado con su manera de vivir! No vivan ya como necios, sino como sabios.
Aprovechen bien el tiempo, porque los días son malos.
No sean, pues, insensatos; procuren entender cuál es la voluntad del Señor.
No se emborrachen con vino, lo cual lleva al desenfreno; más bien, llénense del Espíritu.
Hablen entre ustedes con salmos, himnos y cánticos espirituales; canten y alaben al Señor con el corazón,
y den siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Cultiven entre ustedes la mutua sumisión, en el temor de Dios.
Ustedes, las casadas, honren a sus propios esposos, como honran al Señor;
porque el esposo es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador.
Así como la iglesia honra a Cristo, así también las casadas deben honrar a sus esposos en todo.
Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella,
para santificarla. Él la purificó en el lavamiento del agua por la palabra,
a fin de presentársela a sí mismo como una iglesia gloriosa, santa e intachable, sin mancha ni arruga ni nada semejante.
Así también los esposos deben amar a sus esposas como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa, se ama a sí mismo.
Nadie ha odiado jamás a su propio cuerpo, sino que lo sustenta y lo cuida, como lo hace Cristo con la iglesia,
porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos.
Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán un solo ser.
Grande es este misterio; pero yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia.
Por lo demás, cada uno de ustedes ame también a su esposa como a sí mismo; y ustedes, las esposas, honren a sus esposos.