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Daniel 3:17-30

Daniel 3:17-30 RVC

Su Majestad va a ver que nuestro Dios, a quien servimos, puede librarnos de ese ardiente horno de fuego, y también puede librarnos del poder de Su Majestad. Pero aun si no lo hiciera, sepa Su Majestad que no serviremos a sus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que ha mandado erigir.» Entonces Nabucodonosor se llenó de ira, y su semblante cambió en contra de Sadrac, Mesac y Abednego, así que ordenó calentar el horno siete veces más de lo acostumbrado. Luego ordenó que los hombres más fuertes de su ejército ataran a Sadrac, Mesac y Abednego, y los arrojaran al ardiente horno de fuego. Fue así como estos jóvenes fueron atados y arrojados, junto con sus mantos, sandalias, turbantes, y toda su vestimenta, a ese candente horno de fuego. La orden del rey fue tan apremiante, y el horno estaba tan candente, que las llamas mataron a quienes arrojaron a Sadrac, Mesac y Abednego, mientras los tres jóvenes caían atados dentro del candente horno de fuego. El rey Nabucodonosor se espantó, y rápidamente se levantó y dijo a los de su consejo: «¿Acaso no eran tres los jóvenes que arrojaron atados al fuego?» Ellos le respondieron: «Así es en verdad, Su Majestad.» Y el rey dijo: «Pues yo veo a cuatro jóvenes sueltos, que se pasean en medio del fuego y sin que sufran daño alguno. ¡Y el aspecto del cuarto joven es como el de un hijo de los dioses!» Dicho esto, Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno encendido, y dijo: «Sadrac, Mesac y Abednego, siervos del Dios altísimo, ¡salgan de allí y vengan acá!» Entonces Sadrac, Mesac y Abednego salieron del fuego, mientras los sátrapas, los gobernadores, los capitanes y los consejeros del rey se juntaban para mirar a estos jóvenes, a quienes el fuego no había podido quemarles el cuerpo, y ni siquiera un solo cabello de la cabeza. Sus vestidos estaban intactos, y ni siquiera olían a humo. En ese momento, Nabucodonosor exclamó: «Bendito sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abednego, que envió su ángel y libró a sus siervos, pues confiaron en él y no cumplieron mi edicto. Prefirieron entregar sus cuerpos antes que servir y adorar a otro dios. »Por tanto, yo decreto que todo pueblo, nación o lengua que profiera alguna blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abednego, sea descuartizado, y que su casa sea convertida en muladar. ¡Porque ningún dios hay que pueda salvar como este Dios!» Después de esto, el rey exaltó a Sadrac, Mesac y Abednego en la provincia de Babilonia.

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