Fue a ver al rey, y le dijo: «Tengo hombres trasquilando mis ovejas. Ruego a Su Majestad me honre con su compañía. También pueden acompañarlo sus siervos.» Pero el rey le dijo: «No, hijo mío. Si vamos todos, ¡te haremos gastar demasiado!» Y el rey no quiso ir, aunque le dio su bendición. Sin embargo, Absalón insistió: «Si no puedes venir, te ruego que dejes ir a mi hermano Amnón.» Y el rey le preguntó: «¿Y por qué quieres que vaya?» Y tanto insistió Absalón que el rey dejó ir a Amnón y a todos sus hijos. Pero Absalón ya había instruido a sus sirvientes: «Manténganse atentos para cuando vean que el vino ya ha puesto muy alegre a Amnón, y a una orden mía ustedes lo matarán. No tengan miedo, que ustedes solo estarán cumpliendo mis órdenes. ¡Ánimo, y mucho valor!» Y así, los siervos de Absalón, siguiendo sus órdenes, mataron a Amnón. Entonces los otros hijos del rey montaron en sus mulas y huyeron. Todavía estaban ellos en camino cuando llegó a oídos de David que Absalón había matado a todos los hijos del rey, y que ninguno había quedado con vida. Entonces David se levantó de su trono, se rasgó los vestidos y se tendió en el suelo, lo mismo que todos sus siervos.
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