Hermanos, también queremos contarles acerca de la gracia que Dios ha derramado sobre las iglesias de Macedonia,
cuya generosidad se desbordó en gozo y en ricas ofrendas, a pesar de su profunda pobreza y de las grandes aflicciones por las que han estado pasando.
Yo soy testigo de que ellos han ofrendado con espontaneidad, y de que lo han hecho en la medida de sus posibilidades, e incluso más allá de estas.
Insistentemente nos rogaron que les concediéramos el privilegio de participar en este servicio para los santos,
e hicieron más de lo que esperábamos, pues primeramente se entregaron al Señor, y luego a nosotros, por la voluntad de Dios.
Por eso le rogamos a Tito completar la obra de gracia que ya había comenzado entre ustedes.
Por lo tanto, ya que ustedes sobresalen en todo, es decir, en fe, en palabra, en conocimiento, en todo esmero, y en su amor por nosotros, sobresalgan también en este acto de amor.
No es que les esté dando órdenes, sino que quiero ponderar la sinceridad del amor de ustedes en comparación con la dedicación de otros,
pues ustedes ya conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo que, por amor a ustedes, siendo rico se hizo pobre, para que con su pobreza ustedes fueran enriquecidos.
Y ahora, por el bien de ustedes, les doy mi opinión sobre este asunto. Desde el año pasado, ustedes no solo fueron los primeros en hacer algo sino que deseaban hacerlo;
así que ahora, dentro de sus posibilidades, lleven a cabo lo que ya estaban dispuestos a hacer.
Porque si hay buena disposición, lo que se da es bien recibido, según lo que uno tiene y no según lo que no tiene.
No digo esto para que otros tengan demasiado mientras ustedes sufren de escasez,
sino para que en este tiempo la abundancia de ustedes supla, con igualdad, la escasez de ellos, y para que la abundancia de ellos supla la necesidad de ustedes. De este modo habrá igualdad,
como está escrito: «El que recogió mucho, no tuvo más, y el que recogió poco, no tuvo menos.»