Tan grande es nuestro cariño por ustedes, que hubiéramos querido entregarles no solo el evangelio de Dios sino también nuestra propia vida. ¡A tal grado hemos llegado a amarlos! Hermanos, ustedes se acordarán de nuestros trabajos y fatigas, y de cómo noche y día nos dedicamos a predicarles el evangelio de Dios, sin ser una carga para nadie. Ustedes son testigos, y Dios también, de que nos hemos comportado con ustedes los creyentes de manera santa, justa e intachable. Ustedes saben, además, que los hemos exhortado y consolado, como lo hace un padre con sus hijos, y les hemos recomendado vivir con dignidad ante Dios, que los llamó a su reino y gloria.
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