Jonatán le respondió:
«¿Matarte? ¡De ninguna manera! Mi padre no hará nada, sea grande o pequeño, que no me lo haga saber. ¿Por qué habría de encubrirme este asunto? No puede ser.»
Pero David insistió, y le dijo:
«Tu padre sabe muy bien que yo cuento con tu buena voluntad, así que pensará no entristecerte al darte a conocer sus planes. Pero el Señor es testigo, lo mismo que tú, de que estoy a un paso de la muerte.»
Y Jonatán le respondió:
«Dime qué quieres que haga por ti, y lo haré.»
Y David le dijo a Jonatán:
«Mañana habrá luna nueva, y por costumbre debo comer con el rey. Pero deja que me esconda en el campo hasta dentro de tres días, por la tarde.
Si tu padre pregunta por mí, dile que yo te pedí que me dejaras ir a Belén, mi ciudad, porque toda mi familia celebra allí el sacrificio anual.
Si tu padre está de acuerdo con esto, entonces podré estar tranquilo; pero si se enoja, sabrás que él ha decidido hacerme daño.
Yo soy tu siervo. Y ya que nos hemos jurado amistad sincera delante del Señor, ten misericordia de mí. Si hay en mí alguna maldad, no hace falta que me mate tu padre; mátame tú.»
Pero Jonatán le respondió:
«Eso jamás te sucederá. Al contrario, si llego a saber que mi padre tiene malas intenciones contra ti, ¿crees que no te lo haré saber?»
Entonces David le preguntó:
«¿Cómo voy a saber si tu padre te respondió con enojo?»
Jonatán le respondió:
«Ven, vamos al campo.»
Y los dos se fueron al campo.
Allí Jonatán le dijo a David:
«Pongo por testigo al Señor, Dios de Israel, de que mañana a esta hora, o dentro de tres días, le preguntaré a mi padre si sus intenciones son buenas para contigo. Si no lo son, mandaré a alguien para que te avise.
Si acaso mi padre piensa hacerte daño, que el Señor me castigue, y más aún, si no te lo hago saber, para que puedas ponerte a salvo. ¡Que el Señor esté contigo, como estuvo con mi padre!
Y si logro sobrevivir, espero que me trates con la misericordia del Señor. Así no moriré.
Espero que siempre te muestres misericordioso con mi familia. Y cuando el Señor haya eliminado a cada uno de tus enemigos, no permitas que el nombre de tu amigo Jonatán sea borrado de tu casa.»
Así fue como Jonatán hizo pacto con David, y añadió:
«Que el Señor tome venganza de tus enemigos.»
Luego Jonatán le rogó a David que, por el cariño que se tenían, le jurara cumplir con esto,
y añadió:
«Mañana es luna nueva, y cuando vean vacío tu asiento, te echarán de menos.
Escóndete durante tres días, y después de eso regresa adonde estabas escondido el día en que te amenazó mi padre. Espera mis noticias junto a la piedra de Ezel.
Yo saldré al campo, y lanzaré tres flechas hacia ese lugar, como si estuviera tirando al blanco.
Luego le diré a mi criado que vaya y busque las flechas; si le digo: “Mira, allí cerca de ti están las flechas, recógelas”, entonces podrás salir de tu escondite y te vendrás conmigo, porque nada malo te sucederá. El Señor es testigo.
Pero si le digo a mi sirviente: “Las flechas están más allá de donde tú estás”, entonces huye, porque el Señor quiere que te vayas.
En cuanto al pacto que tú y yo hemos hecho, que el Señor sea nuestro testigo para siempre.»
Entonces David se escondió en el campo, y cuando llegó la fiesta de la luna nueva el rey se sentó a comer.
Como de costumbre, Saúl ocupó su silla, junto a la pared; Jonatán se hizo a un lado y Abner se sentó junto a Saúl, pero el lugar de David quedó vacío.
Ese día Saúl no dijo nada, porque pensó que tal vez algo le habría pasado a David y no estaría purificado.
Al día siguiente, que era el de la fiesta de la luna nueva, el lugar de David seguía vacío. Entonces Saúl le preguntó a Jonatán:
«¿Por qué el hijo de Yesé ha faltado dos días a nuestra comida?»
Entonces Jonatán le dijo:
«David me pidió encarecidamente que le permitiera ir a Belén.
Me dijo: “Te ruego que me dejes ir, pues nuestra familia ofrece un sacrificio en el pueblo, y mi hermano me ha pedido que asista. Si soy digno de tu buena voluntad, permíteme ir a visitar a mis hermanos.” Por eso David no se ha sentado a la mesa de Su Majestad.»
Pero Saúl se llenó de ira en contra de Jonatán, y le dijo:
«¡Hijo de mala madre! ¿Tú crees que no sé que ustedes son muy amigos? Esta amistad tuya con el hijo de Yesé es bochornosa. ¡Es una vergüenza para ti y para tu madre!
Pero toma en cuenta que, mientras el hijo de Yesé tenga vida, ni tú ni tu reino estarán seguros. ¡Manda que lo traigan a mi presencia, porque tiene que morir!»
Pero Jonatán le respondió a su padre:
«¿Y por qué tiene que morir? ¿Qué mal ha cometido?»
Por respuesta, Saúl le arrojó una lanza con la intención de herirlo. Con esto, Jonatán se dio cuenta de que su padre había decidido matar a David.
Entonces Jonatán se levantó furioso de la mesa, y no comió ese segundo día de fiesta, pues le dolió que su padre lo hubiera puesto en ridículo, y que quisiera matar a David.
Al día siguiente por la mañana, a la hora convenida con David, Jonatán salió al campo acompañado de un criado,
y le dijo:
«Cuando yo arroje estas flechas, corre y ve por ellas.»
Y mientras más corría el criado, más lejos de él lanzaba Jonatán las flechas.
Cuando el criado llegaba a donde estaba la flecha, Jonatán le gritaba:
«Creo que la flecha está más allá.»
Y volvía Jonatán a gritarle al criado:
«¡Corre, date prisa; no te detengas!»
Y el criado recogió las flechas y se las entregó a Jonatán,
pero no entendió qué sucedía, pues solo David y Jonatán sabían de qué se trataba.
Luego, Jonatán le dio sus armas al criado y le dijo:
«Anda, llévalas a la ciudad.»
Y cuando el criado se marchó, David salió de donde estaba escondido e hizo tres reverencias, hasta tocar el suelo; luego, ambos se besaron y lloraron, pero David lloró más.
Entonces Jonatán le dijo a David:
«Vete tranquilo. Recuerda que ante el Señor nos hemos jurado amistad. El Señor es nuestro testigo, y lo será de nuestros descendientes, para siempre.»
Luego David se levantó del suelo y se fue, mientras que Jonatán volvió a la ciudad.