Con fuertes gritos, el filisteo les dijo a los soldados israelitas:
«¿Para qué se forman en orden de batalla? Yo soy un guerrero filisteo, y ustedes están al servicio de Saúl. Escojan a uno de sus guerreros, para que venga y luche contra mí.
Si en la pelea él me vence, nosotros nos pondremos a su servicio; pero si yo lo venzo, entonces ustedes serán nuestros esclavos.»
Todavía añadió el filisteo:
«En este día, yo desafío al ejército israelita. Que venga uno de sus guerreros y pelee contra mí.»
Cuando Saúl y el ejército de Israel oyeron el reto del filisteo, se quedaron atónitos y se llenaron de miedo.
David era hijo del efrateo Yesé, el de Belén de Judá. Tenía ocho hijos, y cuando Saúl era rey, él ya era de los más ancianos del pueblo.
Sus tres hijos mayores eran parte del ejército de Saúl y habían salido a luchar contra los filisteos. Se llamaban Eliab, el primogénito, Abinadab y Samá,
y siguieron a Saúl, pero como David era el menor,
iba y volvía del campamento de Saúl a Belén, porque tenía que cuidar las ovejas de su padre.
Durante cuarenta días seguidos, y a mañana y tarde, el filisteo Goliat estuvo desafiando a los israelitas.
Uno de esos días, Yesé le dijo a David, su hijo:
«Ve al campamento y llévales a tus hermanos veinte litros de trigo tostado y estos diez panes.
Lleva también diez quesos de leche, y entrégaselos al comandante del batallón; pero asegúrate de que ellos estén bien, y tráeme algo que pruebe que están bien.»
Mientras tanto, Saúl y su ejército luchaban contra los filisteos en el valle de Elá.
Y David se levantó muy temprano, dejó las ovejas al cuidado de otro, y fue a cumplir con el encargo de su padre Yesé. Llegó al campamento cuando el ejército salía en orden de batalla, lanzando gritos de combate,
y pudo ver cómo ambos ejércitos se formaban, uno frente al otro, para entrar en batalla.
Entonces David dejó el encargo en manos del que cuidaba las provisiones, y corrió a donde estaba el ejército para saber si sus hermanos estaban bien.
Pero mientras hablaba con ellos, oyó que Goliat, el guerrero filisteo, se puso en medio de los dos campamentos y lanzó el mismo desafío de los días anteriores.
También vio cómo, al ver al guerrero filisteo, los soldados israelitas se echaban a correr llenos de miedo,
mientras unos a otros se decían:
«¿Ya vieron a ese soldado? Siempre viene y nos desafía a pelear contra él. A quien lo venza, el rey Saúl lo colmará de riquezas y, además, le dará a su hija en matrimonio, y su familia quedará libre de pagar tributos.»
Entonces David les preguntó a los que estaban allí cerca:
«¿Qué recompensa se le dará a quien venza a este filisteo y libre a Israel de semejante afrenta? ¿Quién es este filisteo incircunciso, para provocar al ejército del Dios vivo?»
Los del ejército le dijeron lo mismo que ya le habían dicho, en cuanto a quien venciera al filisteo.
Pero cuando Eliab, su hermano mayor, lo oyó hablar con los soldados, se llenó de ira contra David y le dijo:
«¿A qué has venido? ¿Con quién dejaste nuestras pocas ovejas en el desierto? Yo sé que te crees muy valiente, y también sé que por malicia has venido a ver la batalla.»