Pero alguien oyó el comentario de David, y cuando Saúl lo supo, mandó que lo llevaran a su presencia.
Entonces David le dijo a Saúl:
«Que no se desanime nadie por causa de ese filisteo; este siervo tuyo irá a pelear contra él.»
Pero Saúl le dijo:
«No creo que puedas pelear contra él, pues todavía eres muy joven y él ha sido un guerrero desde su juventud.»
David le respondió:
«Sí, yo soy el pastor de las ovejas de mi padre, pero cuando un león o un oso viene a llevarse algún cordero del rebaño,
yo salgo tras el león o el oso, y lo hiero y lo libro de sus fauces. Si el animal me ataca, con mis manos lo agarro por las quijadas, y lo hiero hasta matarlo.
No importa si es un león o un oso, tu siervo los mata. Y este filisteo incircunciso es para mí como uno de esos animales, porque ha provocado al ejército del Dios vivo.»
Todavía añadió David:
«El Señor me ha librado de las garras de leones y de osos, y también me librará de este filisteo.»
Y Saúl le respondió:
«Ve, pues, y que el Señor te acompañe.»
Entonces Saúl le puso a David su propia ropa, y le puso un casco de bronce sobre la cabeza, y lo cubrió con una coraza.
David se colocó la espada al cinto, e hizo el intento de caminar, pues nunca había portado un equipo así. Y como no pudo caminar, le dijo a Saúl:
«No puedo moverme con estas cosas, porque nunca las he usado.»
Y desechó esos arreos militares,
y tomando su bastón de pastor escogió del arroyo cinco piedras lisas y las puso en su morral; luego, tomó su honda y fue al encuentro del filisteo,
que también se encaminó hacia David, precedido de su escudero.
Y cuando el filisteo vio a David, lo miró con desprecio, pues este era un jovencito rubio y bien parecido.
Entonces el filisteo le gritó a David:
«¿Soy acaso un perro, para que vengas a darme de palos?»
Y maldijo a David en nombre de sus dioses,
y lo amenazó:
«Ven acá, que contigo voy a alimentar a las aves de rapiña y a los animales salvajes.»
Pero David le respondió:
«Tú vienes contra mí armado de espada, lanza y jabalina; pero yo vengo contra ti en el nombre del Señor de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado.
Hoy mismo el Señor te entregará en mis manos. Te voy a vencer, y te voy a cortar la cabeza, y los cadáveres de tus compatriotas se los voy a dar a las aves de rapiña y a los animales salvajes. Así en todos los pueblos se sabrá que hay Dios en Israel.
Toda esta gente va a saber que el Señor no necesita de espadas ni de lanzas para salvarlos. La victoria es del Señor, y él va a ponerlos a ustedes en nuestras manos.»
Y cuando el poderoso filisteo se encaminó para encontrarse con David, este rápidamente se colocó en línea de combate frente al filisteo,
metió su mano en el morral y, sacando una piedra, la colocó en su honda y la arrojó con fuerza al filisteo. La piedra se incrustó en la frente de Goliat, y este cayó con la cara al suelo.
Así fue como David venció al filisteo: con una honda y una piedra. Lo hirió de muerte sin necesidad de usar la espada.