El rey de Israel y el rey de Judá salieron juntos contra Ramot de Galaad. Y el rey de Israel le dijo a Josafat: «Voy a entrar en batalla disfrazado, pero tú puedes usar tu misma ropa.» Y el rey de Israel entró en batalla disfrazado. Pero no sabía que el rey de Siria había ordenado a los treinta y dos capitanes de sus carros de combate no pelear contra ningún soldado israelita, grande o chico, sino buscar y atacar sólo al rey de Israel. Así que, cuando los capitanes vieron a Josafat, dijeron: «¡Miren, allí está el rey de Israel!» Entonces el rey Josafat gritó con fuerza, y al ver los capitanes de los carros que no era el rey de Israel, se alejaron de él. Pero un arquero lanzó una flecha al aire, y la flecha alcanzó al rey Ajab y le penetró entre las junturas de su armadura. Al sentirse herido, el rey le ordenó al cochero darse la vuelta y sacarlo del campo de batalla, porque estaba herido. Pero la batalla arreció y el rey tuvo que quedarse en su carro y hacerle frente al ejército sirio, pero la sangre corría por el fondo del carro y al caer la tarde murió. Al ponerse el sol, un pregonero clamó: «¡Regresen todos a su ciudad y a su tierra!» Así fue como el rey Ajab murió y fue llevado a Samaria, donde lo sepultaron.
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